En un grupo de novelas y cuentos de
ciencia-ficción, el viaje a las estrellas no se puede realizar durante una vida
humana. Los vehículos espaciales utilizados son gigantescos, pues deben
albergar a muchos cosmonautas durante miles de años. Las velocidades que alcanzan
estas naves espaciales no son muy altas, del orden de unos pocos millones de
kilómetros por día. A ese ritmo hacen falta miles de años para cruzar los abismos
interestelares.
Los cosmonautas que llegan al final del viaje no son los mismos que partieron: cientos o incluso miles de generaciones han visto transcurrir toda su vida a bordo de una nave espacial y no conocen el Sol ni la vida al aire libre. El vehículo en el que viajan es un pequeño planeta: una entidad cerrada en sí misma, en equilibrio ecológico perfecto. Nada se desperdicia. Los desechos de la actividad normal se reciclan y vuelven a utilizarse. Tiene que haber un control perfecto de los ciclos del agua, el oxígeno, el carbono, el nitrógeno y los restantes elementos imprescindibles para la vida. Los viajeros se alimentan de vegetales obtenidos de cultivos hidropónicos.