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En 1977 Pergamon Press publicó un libro muy curioso titulado La enciclopedia de la ignorancia, que intentaba reunir, en forma de colección de artículos escritos por especialistas en las distintas áreas, la mayor parte de los problemas aún sin resolver (por entonces) en campos como la cosmología, la astronomía, la física de partículas, las matemáticas, la evolución, la ecología, el desarrollo de los organismos, la medicina y la sociología. Algunos de esos problemas siguen sin haber sido resueltos casi 40 años después, otros parecen haber entrado en vías de solución, como el misterio de los neutrinos desaparecidos en la radiación solar, que mencioné en el artículo anterior, lo que ha dado lugar a la aparición de nuevos problemas, como suele ocurrir frecuentemente en la ciencia.
En 1977 Pergamon Press publicó un libro muy curioso titulado La enciclopedia de la ignorancia, que intentaba reunir, en forma de colección de artículos escritos por especialistas en las distintas áreas, la mayor parte de los problemas aún sin resolver (por entonces) en campos como la cosmología, la astronomía, la física de partículas, las matemáticas, la evolución, la ecología, el desarrollo de los organismos, la medicina y la sociología. Algunos de esos problemas siguen sin haber sido resueltos casi 40 años después, otros parecen haber entrado en vías de solución, como el misterio de los neutrinos desaparecidos en la radiación solar, que mencioné en el artículo anterior, lo que ha dado lugar a la aparición de nuevos problemas, como suele ocurrir frecuentemente en la ciencia.
Desde el siglo XIX,
una de las acusaciones típicas de los ateos contra los creyentes ha sido la de
recurrir al dios de los huecos, o sea,
utilizar a Dios para explicar las cosas que aún desconocemos sobre la
estructura del mundo. Aún estamos muy lejos de saberlo todo, porque la ciencia
es (y probablemente siempre será) incompleta, siempre quedarán misterios. Pues bien, se acusa a los
creyentes de apoyarse precisamente en los misterios (los huecos de
la ciencia) para justificar la existencia de Dios. Según ese
punto de vista, Dios no sería más que un tapa-agujeros, el deus
ex machina de la tramoya greco-romana, que venía a resolver los
problemas insolubles en que el dramaturgo había enredado a sus personajes. A medida que avance
la ciencia, los agujeros irán llenándose y la necesidad de recurrir a Dios
disminuirá.