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jueves, 1 de octubre de 2015

Vivir, o el poder de la abducción

Escena de Ikiru
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Ikiru (Vivir) es una gran película de Akira Kurosawa, uno de los dos mejores cineastas japoneses de mediados del siglo XX (el otro es Yasihiro Ozu). Quizá no sea tan conocida como Los siete samuráis o Dersu Uzala, pero tiene muchos seguidores y su argumento se presta a algunas consideraciones curiosas.
El protagonista, Kanji Watanabe, lleva 30 años integrado en la burocracia del Ayuntamiento de Tokyo. Como dice el narrador al principio de la película, en esos 30 años no ha vivido. O en palabras de su joven empleada, Toyo, se ha comportado como una momia. Ahora, sin embargo, descubre que padece de cáncer de estómago y que le queda menos de un año de vida. Como mencioné en otro artículo de este blog, hacia 1952, año en que se estrenó la película, un diagnóstico de cáncer equivalía a una sentencia de muerte. Es entonces cuando Watanabe descubre el valor de la vida y empieza a vivir. ¿Cómo lo hace? Después de intentar ahogar su pena buscando placeres, sin conseguirlo, decide empezar una cruzada y pone todo su empeño en que el Ayuntamiento donde trabaja acometa el saneamiento de unos terrenos y la construcción de un parque infantil. Aunque le cuesta un gran esfuerzo, porque la burocracia se resiste con uñas y dientes, al fin lo consigue. Los últimos cincuenta minutos de la película están dedicados al funeral de Watanabe, con varios flashbacks que muestran su lucha contra la burocracia.