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jueves, 7 de marzo de 2019

La abducción y el argumento del no milagro



El gato de Cheshire,
famoso gato invisible
En un artículo anterior de este blog expliqué con un ejemplo el modo de razonamiento basado en la abducción que, aunque no tiene tanta fuerza como la deducción y la inducción, permite alcanzar altos grados de confianza en campos como la historia, la crítica del arte y otros, menos científicos que las matemáticas o las ciencias naturales.
En otro artículo publicado en marzo de 2016 describí la falacia del gato invisible, que consiste en confundir una condición suficiente para que ocurra algo, con una condición necesaria, pero no suficiente. Esta situación se presenta cuando existen varias causas posibles que pueden haber dado lugar al mismo fenómeno.
En algunos casos, si aplicamos la abducción a una situación donde podría darse la falacia del gato invisible, sí se puede llegar a alguna conclusión. Pensemos en el caso que propuse para describir dicha falacia:

jueves, 27 de septiembre de 2018

¿Qué dice la ciencia sobre los milagros?


Victor Hugo
En su obra Quatrevingt-Treize, cuyo título se suele traducir como “Noventa y Tres” (se refiere a 1793, el año del Terror y de la Vendée), Victor Hugo introduce a un personaje llamado Cimourdain, un ex-sacerdote que ha perdido la fe por culpa de la ciencia:
La ciencia había demolido su fe; el dogma se había desvanecido en él... Lo sabía todo de la ciencia y lo ignoraba todo de la vida.
Aparte de que la segunda frase es muy discutible (nadie puede saberlo todo de la ciencia), la primera plantea el enfrentamiento entre ciencia y fe, que comenzó con la Ilustración y alcanzó el máximo efecto filosófico en el siglo XIX, el de Victor Hugo, que probablemente en esta cita proyecta sus prejuicios decimonónicos en un anacronismo histórico. 

jueves, 14 de enero de 2016

La celebración de la Navidad

Iluminación de la Tierra
en el solsticio de invierno
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El tiempo del solsticio de invierno fue ocasión de celebraciones importantes en casi todos los pueblos de la antigüedad, pues representa el momento en que el sol, después de ir perdiendo altura durante seis meses, se recobraba y comenzaba de nuevo el movimiento ascensional. Para los antiguos siempre quedaba el temor de que algún año el sol no lograra recobrarse y siguiera descendiendo hasta desaparecer para siempre, lo que sería catastrófico para la humanidad.
En el imperio romano, las Saturnales desempeñaban ese papel, pues Saturno era el dios de la agricultura, y la recuperación del sol era una condición sine qua non para el éxito de la próxima cosecha. Además, justo por esas fechas el sol entraba en el signo de Capricornio del zodiaco, que estaba ligado astrológicamente con el planeta Saturno. La fiesta, que comenzaba el 17 de diciembre, se prolongaba durante varios días, hasta el 23 del mismo mes. En estos días se celebraban banquetes, se repartían regalos, y los amos servían a sus esclavos.
Una de las divinidades tradicionales de los pueblos indoeuropeos, Mitra, tuvo un destino desigual, según el pueblo concreto del que estemos hablando. Así, en la India védica fue uno de los dioses principales, junto con Varuna y los demás asuras, pero pasó a desempeñar un papel secundario, casi demoniaco, cuando en la India hinduista se impusieron los devas, otro grupo de dioses entre los que destacan Siva y Visnú.

jueves, 1 de octubre de 2015

Vivir, o el poder de la abducción

Escena de Ikiru
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Ikiru (Vivir) es una gran película de Akira Kurosawa, uno de los dos mejores cineastas japoneses de mediados del siglo XX (el otro es Yasihiro Ozu). Quizá no sea tan conocida como Los siete samuráis o Dersu Uzala, pero tiene muchos seguidores y su argumento se presta a algunas consideraciones curiosas.
El protagonista, Kanji Watanabe, lleva 30 años integrado en la burocracia del Ayuntamiento de Tokyo. Como dice el narrador al principio de la película, en esos 30 años no ha vivido. O en palabras de su joven empleada, Toyo, se ha comportado como una momia. Ahora, sin embargo, descubre que padece de cáncer de estómago y que le queda menos de un año de vida. Como mencioné en otro artículo de este blog, hacia 1952, año en que se estrenó la película, un diagnóstico de cáncer equivalía a una sentencia de muerte. Es entonces cuando Watanabe descubre el valor de la vida y empieza a vivir. ¿Cómo lo hace? Después de intentar ahogar su pena buscando placeres, sin conseguirlo, decide empezar una cruzada y pone todo su empeño en que el Ayuntamiento donde trabaja acometa el saneamiento de unos terrenos y la construcción de un parque infantil. Aunque le cuesta un gran esfuerzo, porque la burocracia se resiste con uñas y dientes, al fin lo consigue. Los últimos cincuenta minutos de la película están dedicados al funeral de Watanabe, con varios flashbacks que muestran su lucha contra la burocracia.