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En los últimos treinta años, el interés
por la divulgación científica ha disminuido de forma preocupante. Quizá no sea ajena
a ello la pérdida de prestigio de la ciencia, a la que el hombre de la calle tiende
a considerar culpable o cómplice de algunas amenazas, como la proliferación de armas
nucleares, la destrucción descontrolada del medio ambiente o el cambio climático.
En este tiempo han desaparecido varias
secciones fijas de los medios de comunicación dedicadas a la divulgación científica,
así como algunas revistas importantes, y los libros de divulgación no suelen alcanzar
grandes éxitos de venta, con pocas excepciones, relacionadas sobre todo con la salud.
En los medios de comunicación de masas, lo único que importa ahora es el gancho del titular, a costa del rigor científico, por lo que a menudo los efectos de este tipo de divulgación son negativos y contraproducentes, pues en vez de informar, deforman la opinión pública. Sobre los efectos nefastos de este tipo de divulgación he hablado en varios artículos de este blog.