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Saccharomyces cerevisiae |
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Después de un siglo discutiendo sobre el origen de la vida, no estamos más cerca de saber lo que pasó. A mediados del siglo XX, cuando Stanley Lloyd Miller realizó el famoso experimento en el que obtuvo aminoácidos tras someter a descargas eléctricas una mezcla de metano, hidrógeno, amoniaco y agua, los científicos lanzaron las campanas al vuelo y anunciaron la inminencia de la fabricación de vida artificial en el laboratorio. Este tipo de previsiones suele pecar de optimista. En este caso lo fue.
Después de un siglo discutiendo sobre el origen de la vida, no estamos más cerca de saber lo que pasó. A mediados del siglo XX, cuando Stanley Lloyd Miller realizó el famoso experimento en el que obtuvo aminoácidos tras someter a descargas eléctricas una mezcla de metano, hidrógeno, amoniaco y agua, los científicos lanzaron las campanas al vuelo y anunciaron la inminencia de la fabricación de vida artificial en el laboratorio. Este tipo de previsiones suele pecar de optimista. En este caso lo fue.
La primera cuestión que se plantea es definir
qué se entiende por ser vivo. Al considerar este problema con atención, se
constata que existen seres que claramente están vivos y otros que sin duda no
lo están. Nosotros, las plantas y los animales estamos vivos. Las piedras, el
agua destilada, el dióxido de carbono, no lo están. En estos casos extremos no
cuesta trabajo decidirse. Cuando Antony van Leeuwenhoek (1632-1723) descubrió
los microorganismos (levaduras, infusorios, bacterias, espermatozoides y
glóbulos rojos) tampoco se dudó de que están vivos. Pero las cosas no siempre
son tan sencillas.