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John McCarthy |
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En un famoso curso de verano que
tuvo lugar en Dartmouth College en 1956, se propuso el nombre de
inteligencia artificial para los programas de
ordenador que realizaran tareas que tradicionalmente se habían considerado
exclusivamente humanas, como jugar al ajedrez y traducir de una lengua humana a
otra. Los asistentes a ese curso, dirigido por John McCarthy, lanzaron las
campanas al vuelo y predijeron que en diez años se habrían resuelto
completamente esos dos problemas. Así pues, esperaban que hacia 1966 habría
programas capaces de ganar al campeón del mundo de ajedrez, y otros que podrían
traducir perfectamente entre dos lenguas humanas cualesquiera.
En marzo de 1961, mi tío Felipe F.
Moreno, que por entonces era jefe de traductores de español en la sede de la
Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en Ginebra, escribió en la
revista de la UIT un artículo sobre la traducción automática y cómo podría
afectar a los traductores humanos, lo que demuestra que la cuestión era candente. Poco después, cuando se cumplió el plazo
establecido por los precursores de la inteligencia artificial, se comprobó que
habían sido demasiado optimistas,
porque los dos problemas que plantearon estaban muy lejos de resolverse.
Sabemos que el objetivo de que un
programa ganara al campeón del mundo de ajedrez no se cumplió hasta 1997,
cuando el programa Deep Blue derrotó a Garry Kasparov, vigente campeón en ese
año. El otro problema, la traducción automática, resultó aún más difícil. A
finales de los sesenta corría por los ambientes informáticos la siguiente
anécdota: