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jueves, 23 de febrero de 2023

La manipulación del lenguaje

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Hace unas semanas saltó a las noticias que la Universidad de Stanford había publicado un folleto especificando una lista de palabras que no se deben usar porque son dañinas. La noticia provocó un revuelo enorme, pues una de las palabras prohibidas es nada menos que American, que debería sustituirse por US citizen. También figura en la lista, por supuesto, abortion, así como otros muchos términos de uso corriente. Una palabra cuya exclusión causó bastante rechazo fue victim (víctima), que según los autores del engendro debería sustituirse por persona que ha experimentado o persona que ha sido impactada. Entre los que reaccionaron ante este absurdo, algunos medios destacaron la aportación de Elon Musk, que publicó el siguiente twit:

¡Esto ha llegado demasiado lejos, por decir lo mínimo! @Stanford, ¿cuál es vuestra explicación de esta locura?

donde, por cierto, aparece una de las palabras prohibidas: locura. Véase aquí una versión en español de la noticia.

jueves, 17 de abril de 2014

Encuestas y estadística: opiniones o hechos

Henry Whitehead (1825-1896)
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Tenemos tendencia a confundir la opinión mayoritaria con la verdad. Esta tendencia es errónea, como expresó significativamente Henry Whitehead:
No temáis nunca formar una minoría de uno; 
las mayorías suelen equivocarse.
Pero hay algo que puede ser aún más erróneo que la opinión pública: las consecuencias que se sacan de ella. En un artículo titulado ¿Somos xenófobos?, publicado en La Vanguardia el 17 de marzo de 2011, José Antonio Zarzalejos comentó el resultado de una encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat de Catalunya: 
Los ciudadanos estiman que... los inmigrantes... perciben del Estado mucho más (30,8%) o más (38,7%) de lo que aportan.
Y extrajo de ello el siguiente comentario: 
Cualquier diagnóstico sociológico entendería estas cifras como un caldo de cultivo social reactivo y xenófobo. Y sostener lo contrario es tanto como negar una realidad consistente.
Para que esto sea cierto, es necesario conocer sin género de dudas cuál es la realidad consistente. El artículo de Zarzalejos me sugiere que para interpretar la opinión de los ciudadanos es preciso conocer los hechos, que en este caso son: 
¿Los inmigrantes perciben realmente del Estado
más, igual o menos de lo que aportan?
Mientras no se conozca la respuesta a esta pregunta, no se puede sacar ninguna consecuencia. Si la respuesta fuese igual o menos, Zarzalejos podría tener razón al pensar que los ciudadanos somos xenófobos, o al menos que estamos equivocados. Quizá tengamos tendencia a creer cosas falsas respecto a los inmigrantes. 
Pero si la respuesta fuese más, la conclusión sería completamente diferente: en vez de xenófobos, los ciudadanos serían perspicaces. Por una vez, la opinión pública no estaría equivocada.
Las encuestas tienen por objeto descubrir opiniones. Pero las opiniones aisladas, en vacío, no sirven para nada. No se pueden sacar consecuencias de ellas sin confrontarlas con los hechos, que son objeto de la estadística. Otra cuestión distinta es que también los estudios estadísticos pueden deformarse. Como dijo Mark Twain: 

Lo primero que tienes que hacer es saber cuáles son los hechos. Después podrás distorsionarlos tanto como quieras.

Y hablando de encuestas, se ha puesto de moda entre los medios de comunicación realizarlas entre sus lectores. Muchas de ellas son absurdas, inútiles e irrelevantes. Siempre lo es una encuesta que sólo trate de predecir el futuro. También lo es cuando se pregunta a la gente de la calle su opinión sobre temas muy complejos, o que precisen de información privilegiada o conocimientos especializados, de los que casi nadie dispone. ¿De qué sirve saber lo que piensa la gente sobre cosas como estas, todas las cuales han sido propuestas en los últimos meses por alguno de los medios de más difusión?
  • ¿Ganará el Barça la final de la Copa al Real Madrid? (La Vanguardia, 15 de abril de 2014). Salió que no.
  • ¿Quién ganará la Champions? (El País, 11 de abril de 2014). La opinión mayoritaria votó por el Bayern de Munich.
  • ¿Apruebas la gestión de la Unión Europea en el conflicto de Crimea? (La Vanguardia, 6 de marzo de 2014). Salió que no.
  • ¿Ves bien que la justicia española ordene detener al ex-presidente de China? (La Vanguardia, 11 de febrero de 2014). Salió que no.
  • ¿Piensas que el tifón Haiyan está vinculado con el cambio climático? (La Vanguardia, 12 de noviembre de 2013). Salió que sí.
  • ¿Qué ciudad será designada para albergar los juegos olímpicos de 2020? (El País, 6 de septiembre de 2013). La opinión mayoritaria votó por Tokyo.

Todas estas encuestas, menos la segunda, daban la opción de contestar no sabe. Si lo pensamos bien, para este tipo de preguntas esa opción debería haber obtenido la respuesta mayoritaria. Pues bien, el porcentaje de respuestas que se inclinaron por ella estuvo en todos los casos entre el 2 y el 6%. Como indiqué en otro artículo de este BLOG, es dificilísimo saber decir no sé.

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Manuel Alfonseca
Publicado también en Tecno y Ciencia, 6/5/2011

jueves, 23 de enero de 2014

¿Son compatibles la ciencia, la ética y la democracia?

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La novela de J. Boyne, El niño con el pijama de rayas (2006) trata de las matanzas en la cámara de gas en los campos de concentración nazis. El libro termina así:
Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido.
Hoy en día, no.

¿Es verdad lo que dice? ¿Estas cosas no pueden volver a ocurrir? 
Creo que este final no es acertado: 
  • En primer lugar, no es verdad que haga mucho tiempo. Poco más de sesenta años apenas es significativo cuando se habla de sucesos históricos. 
  • En segundo lugar, no es cierto que ahora esas cosas no podrían volver a ocurrir. ¿Ya se nos han olvidado las masacres de Ruanda durante los años noventa?
  • Pero quizá el autor quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en Europa. ¿Es que ya se le han olvidado la masacre de Srebrenica y la tragedia de Sarajevo?
  • O tal vez quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en un país democrático. ¿Olvida que Hitler
    La muerte de Sócrates, por David
    llegó al poder después de unas elecciones democráticas? 
  • ¿Olvida que la democracia ateniense quedó desprestigiada durante milenios por la condena de Sócrates, que fue resultado de una votación secreta, no durante la oligarquía impuesta por Esparta después de la guerra del Peloponeso, sino poco después de la restauración de la democracia?

Se dice a menudo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Por ello, el principio del predominio de la opinión mayoritaria, esencia de la democracia, tiende a extenderse a otros campos en los que su eficacia no ha sido probada o resulta negativa. Basta observar, para comprobar esta tendencia, la proliferación de encuestas de opinión (generalmente absurdas) en los medios de comunicación.

Los métodos de la democracia son inaplicables para el descubrimiento de la verdad, que es el objeto de la ciencia. Si las teorías científicas estuviesen sujetas a las normas de la democracia, llegaríamos al absurdo de que una nueva teoría no podría imponerse nunca, pues siempre tendría que enfrentarse con una opinión mayoritaria adversa: las teorías nuevas tienen siempre que luchar con las ideas preconcebidas anteriores y se ven obligadas a ganar adeptos poco a poco, convenciendo con argumentos y razonamientos, a veces muy despacio. Por otra parte, una teoría científica no se impone por mayoría. Debe ser universalmente aceptada.

Grandes descubrimientos, como la genética de Mendel, pueden quedar enterrados en el olvido durante décadas, porque nadie los comprende y su autor se ha adelantado a su época, pero al fin surgen a la luz pública y se imponen. Un solo descubrimiento (el experimento de Michelson-Morley) hizo tambalearse una construcción científica establecida durante doscientos años (la mecánica de Newton) y dio pie a Albert Einstein para construir una teoría totalmente nueva y revolucionaria.

Si rigiera la ley de la mayoría, muchos autores de teorías nuevas no habrían conseguido imponerlas y la ciencia avanzaría bastante más despacio, si es que no se hubiese detenido.
El objeto de la ciencia es descubrir la verdad. Las teorías se apoyan en hechos (resultados de experimentos, hallazgos paleontológicos, etc.) que no están sujetos a la opinión mayoritaria. Una teoría es tanto más convincente cuantos más hechos la apoyan. No depende de los votos.

Si alguna vez la ciencia llega a caer bajo el dominio de la democracia política, pasarían cosas como éstas: en 1897, la Asamblea General de Indiana (Estados Unidos) aprobó una ley que decretaba que el valor del número pi sería, a partir de ese momento, igual a 3,2 en ese estado. Esto es ridículo, pero ha sucedido y es una muestra de lo que puede llegar a ocurrir. Cuando la democracia se adueñe de la ciencia, la ciencia habrá muerto.

Además de la ciencia, que se ocupa de lo verdadero y de lo falso, existe también la ética, cuyo objeto es el bien y el mal. Los dos campos son muy semejantes. La ciencia nos dice cómo son las cosas, la ética cómo deben ser. Tampoco la ética debe estar bajo el dominio de la democracia, de la ley de la mayoría. La condena de Sócrates es prueba suficiente.

En los países occidentales con un régimen de gobierno democrático se oye con frecuencia a los políticos afirmar que el bien y el mal es lo que decida el parlamento. Esta postura es extremadamente peligrosa. Con el tipo de partidos políticos que tenemos, esto significa, simplemente, que el bien y el mal es lo que decida el jefe del partido. Una persona, un grupo de personas, no debe considerarse nunca por encima del bien y del mal. 

Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos tener, por ejemplo, una ley de eutanasia obligatoria para los mayores de ochenta años, algo que el famoso científico Francis Crick defendía cuando tenía cincuenta, para controlar la población y la economía mundial, pero que no le impidió llegar a los ochenta y ocho. Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos encontrarnos de nuevo con el niño con el pijama de rayas.

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Manuel Alfonseca