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jueves, 19 de septiembre de 2024

Equívocos respecto a la selección natural

Charles Darwin

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Desde que Charles Darwin lo acuñó, incluyéndolo en el título de su famoso libro, publicado en 1859, el término selección natural ha sido muy mal comprendido, especialmente por los no especialistas. Vamos a revisar aquí algunos de los equívocos más frecuentes.

  • La selección natural es una fuerza que actúa sobre los seres vivos para provocar la evolución. Esto no es cierto. La selección natural no es una fuerza, ni un objeto, ni una interacción, ni un fenómeno. Es, simplemente, una constatación estadística. Observamos que, en general, los individuos mejor adaptados a su medio ambiente suelen dejar más descendientes que los menos adaptados. Nada más. Es, por tanto, una cuestión de sentido común, no el resultado de la acción externa de una fuerza misteriosa.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Consecuencias del fraude científico: una lección para los políticos

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En un artículo anterior sobre el fraude científico mencioné una de sus consecuencias morales: el problema de la presunción de inocencia, en relación con el caso que afectó al premio Nobel David Baltimore y a su colaboradora Thereza Imanishi-Kari, que durante diez años tuvo que luchar contra una acusación de fraude que finalmente resultó infundada.
También pueden presentarse problemas éticos cuando se descubre que el fraude científico sí ha tenido lugar. La novela policíaca Gaudy night (1936) de Dorothy L. Sayers, traducida al castellano como Los secretos de Oxford, plantea un ejemplo concreto. Cuando está a punto de presentar su tesis, un investigador descubre un documento poco conocido que la echa por tierra. La tentación es demasiado fuerte: el investigador hace desaparecer el documento y sigue adelante con su tesis. Desgraciadamente para él, uno de los miembros del tribunal conocía el documento, y al ir a consultarlo descubre que ha desaparecido y quién fue el último que lo consultó. El fraude queda, pues, al descubierto, la tesis es rechazada, el caso se hace público y el investigador es despedido con pronunciamientos desfavorables, lo que le obliga a abandonar la carrera investigadora. Como tiene que mantener una familia, tiene que aceptar un trabajo por debajo de su capacidad y termina suicidándose.

jueves, 23 de octubre de 2014

El espejismo de Dawkins

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La traducción al español del título del libro The God Delusion de Richard Dawkins (2006) no es fácil. La palabra inglesa delusion significa un engaño en que alguien cae de forma involuntaria. El título utilizado usualmente en las traducciones castellanas (El espejismo de Dios) me parece acertado, aunque espejismo no sea el equivalente literal de delusion.
Empezaré señalando un par de inconsistencias. Hay muchas más, pero detallarlas todas exige el tamaño de un libro, y eso ya se ha hecho (A.J.Wilson, Deluded by Dawkins?, 2007).
·         En el capítulo 3, Dawkins desmonta el argumento teísta de los admirados científicos religiosos (¿cómo no creer en Dios, si tantos admirados científicos creyeron?). Estoy de acuerdo con él, este argumento no tiene peso. Pero entonces, ¿por qué se empeña en aducir tantas veces el argumento de los admirados científicos ateos? La mitad del capítulo 1 se dedica a contarnos que Einstein no creía en un Dios personal. En el capítulo 2 afirma, más de una vez, que la mayor parte de los políticos fundadores de los Estados Unidos eran ateos, aunque muy pocos se atrevieron a reconocerlo públicamente. (Supongo que por eso imprimieron In God we trust en sus billetes de banco). También sugiere que Thomas Huxley, que inventó la palabra agnóstico para aplicársela a sí mismo, en realidad debía de ser ateo, aunque no lo reconoció por plegarse a las exigencias de la época. Confiesa que Newton... afirmaba ser religioso. Lo mismo hizo casi todo el mundo [en su época]. Le ha faltado poco para afirmar que Newton también fue un ateo oculto.

jueves, 9 de octubre de 2014

60 preguntas sobre ciencia y fe respondidas por 26 profesores de Universidad

Frente a la idea generalizada de que ciencia y fe son incompatibles, los 26 autores de este libro de la Editorial Stella Maris ofrecen una lectura diferente: despojan a los conocimientos científicos de la capa ideológica con que el materialismo los ha ido recubriendo desde el siglo XVIII, para dejar clara la necesidad de colaboración entre ciencia, razón y fe para ampliar el ámbito de nuestro conocimiento.
Más allá del significado que puedan poseer las convicciones particulares de cada especialista, hay un hecho significativo que podemos tomar como punto de partida: el siglo XX y lo que llevamos del XXI ha asistido al fracaso de las predicciones decimonónicas relativas a la muerte de Dios y el fin inminente de la religión, especialmente la predicción positivista de que el pensamiento religioso moriría a manos de la ciencia. Se puede afirmar que el escenario positivista de la muerte de la religión a manos de la ciencia, ni se ha cumplido, ni lleva visos de cumplirse. Y no se ha cumplido porque estaba equivocado.
El objetivo de este libro es contribuir a la limpieza y rehabilitación de la parte del pensamiento fronteriza entre ciencia y fe, que ha sido devastada por un cientificismo que no supo entender, ni la teología, ni la propia ciencia. Para ello, las sesenta preguntas que contiene el libro se agrupan temáticamente en diez subdivisiones:

jueves, 26 de junio de 2014

La ciencia es una herramienta

Francis Bacon
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La utopía La nueva Atlántida, de Francis Bacon, contemporáneo de Galileo y pionero de la moderna filosofía de la ciencia, describe una sociedad perfecta que surge automáticamente de la práctica de la ciencia, a la que los habitantes de la isla de Bensalem han convertido en la base de su sociedad y de su gobierno. Como muchos de sus seguidores enciclopedistas, que un siglo después crearon el mito del progreso indefinido (véase mi artículo El mito del progreso en la evolución de la ciencia), Bacon creía que la ciencia del futuro llegará a salvar al hombre, que algún día conseguirá resolver todos los problemas humanos, abriendo paso al paraíso en la Tierra.

Este error es muy frecuente. A menudo se confunden las herramientas con el bien que se puede hacer con ellas, olvidando que las mismas herramientas también pueden emplearse mal. Veamos algunos ejemplos, entre otros miles que podrían aducirse:

·         Un martillo se puede utilizar para colocar una obra de arte donde todo el mundo pueda verla, pero también puede servir para destruirla, como intentó hacer un loco con la Piedad de Miguel Ángel.
·         Un escalpelo puede salvar una vida, ayudando a un cirujano a extirpar un tumor maligno, pero también puede servirle a un asesino para matar a su víctima.
·         Una bomba atómica podría desviar un asteroide que amenaza provocar una catástrofe al estrellarse contra la Tierra, pero también puede obliterar una ciudad, matando a cientos de miles de personas.
Isaac Asimov
·         En un artículo publicado en 1970 (The sin of the scientist, incluido en la colección The stars in their coursesIsaac Asimov se pregunta si la ciencia puede utilizarse para hacer el mal. Su respuesta es inequívoca: ¡Sí!. Y señala, como el peor pecado de los científicos en toda la historia, la invención de los gases venenosos durante la primera guerra mundial (hoy se llaman armas químicas).

La ciencia es una herramienta y las herramientas no son ni buenas, ni malas. Lo que es bueno o malo es el uso que se haga de ellas. La ciencia puede contribuir, y lo ha hecho, a la mejora del mundo y de la humanidad, pero no puede salvar al hombre de su propia maldad, porque también le proporciona mayores medios para ejercerla.

¿Hay, por tanto, algo por encima de la ciencia? ¡Por supuesto! La ciencia estudia los fenómenos y formula teorías para explicarlos. Funciona exclusivamente en el modo indicativo: esto es así (descripción); esto lo causa aquello (explicación). Desde que Aristóteles formalizó la lógica, se sabe que no se puede deducir, de dos premisas en indicativo, una premisa en imperativo. La ciencia no puede llevar a una conclusión del tipo: debes hacer esto y no lo otro.


Como cualquier otra herramienta, la ciencia debe estar bajo el control de la ética. No vale decir: puede hacerse, luego debe hacerse. Gracias a la ciencia, hoy podemos destruirnos a nosotros mismos. ¿Debemos hacerlo?

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Manuel Alfonseca

jueves, 23 de enero de 2014

¿Son compatibles la ciencia, la ética y la democracia?

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La novela de J. Boyne, El niño con el pijama de rayas (2006) trata de las matanzas en la cámara de gas en los campos de concentración nazis. El libro termina así:
Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido.
Hoy en día, no.

¿Es verdad lo que dice? ¿Estas cosas no pueden volver a ocurrir? 
Creo que este final no es acertado: 
  • En primer lugar, no es verdad que haga mucho tiempo. Poco más de sesenta años apenas es significativo cuando se habla de sucesos históricos. 
  • En segundo lugar, no es cierto que ahora esas cosas no podrían volver a ocurrir. ¿Ya se nos han olvidado las masacres de Ruanda durante los años noventa?
  • Pero quizá el autor quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en Europa. ¿Es que ya se le han olvidado la masacre de Srebrenica y la tragedia de Sarajevo?
  • O tal vez quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en un país democrático. ¿Olvida que Hitler
    La muerte de Sócrates, por David
    llegó al poder después de unas elecciones democráticas? 
  • ¿Olvida que la democracia ateniense quedó desprestigiada durante milenios por la condena de Sócrates, que fue resultado de una votación secreta, no durante la oligarquía impuesta por Esparta después de la guerra del Peloponeso, sino poco después de la restauración de la democracia?

Se dice a menudo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Por ello, el principio del predominio de la opinión mayoritaria, esencia de la democracia, tiende a extenderse a otros campos en los que su eficacia no ha sido probada o resulta negativa. Basta observar, para comprobar esta tendencia, la proliferación de encuestas de opinión (generalmente absurdas) en los medios de comunicación.

Los métodos de la democracia son inaplicables para el descubrimiento de la verdad, que es el objeto de la ciencia. Si las teorías científicas estuviesen sujetas a las normas de la democracia, llegaríamos al absurdo de que una nueva teoría no podría imponerse nunca, pues siempre tendría que enfrentarse con una opinión mayoritaria adversa: las teorías nuevas tienen siempre que luchar con las ideas preconcebidas anteriores y se ven obligadas a ganar adeptos poco a poco, convenciendo con argumentos y razonamientos, a veces muy despacio. Por otra parte, una teoría científica no se impone por mayoría. Debe ser universalmente aceptada.

Grandes descubrimientos, como la genética de Mendel, pueden quedar enterrados en el olvido durante décadas, porque nadie los comprende y su autor se ha adelantado a su época, pero al fin surgen a la luz pública y se imponen. Un solo descubrimiento (el experimento de Michelson-Morley) hizo tambalearse una construcción científica establecida durante doscientos años (la mecánica de Newton) y dio pie a Albert Einstein para construir una teoría totalmente nueva y revolucionaria.

Si rigiera la ley de la mayoría, muchos autores de teorías nuevas no habrían conseguido imponerlas y la ciencia avanzaría bastante más despacio, si es que no se hubiese detenido.
El objeto de la ciencia es descubrir la verdad. Las teorías se apoyan en hechos (resultados de experimentos, hallazgos paleontológicos, etc.) que no están sujetos a la opinión mayoritaria. Una teoría es tanto más convincente cuantos más hechos la apoyan. No depende de los votos.

Si alguna vez la ciencia llega a caer bajo el dominio de la democracia política, pasarían cosas como éstas: en 1897, la Asamblea General de Indiana (Estados Unidos) aprobó una ley que decretaba que el valor del número pi sería, a partir de ese momento, igual a 3,2 en ese estado. Esto es ridículo, pero ha sucedido y es una muestra de lo que puede llegar a ocurrir. Cuando la democracia se adueñe de la ciencia, la ciencia habrá muerto.

Además de la ciencia, que se ocupa de lo verdadero y de lo falso, existe también la ética, cuyo objeto es el bien y el mal. Los dos campos son muy semejantes. La ciencia nos dice cómo son las cosas, la ética cómo deben ser. Tampoco la ética debe estar bajo el dominio de la democracia, de la ley de la mayoría. La condena de Sócrates es prueba suficiente.

En los países occidentales con un régimen de gobierno democrático se oye con frecuencia a los políticos afirmar que el bien y el mal es lo que decida el parlamento. Esta postura es extremadamente peligrosa. Con el tipo de partidos políticos que tenemos, esto significa, simplemente, que el bien y el mal es lo que decida el jefe del partido. Una persona, un grupo de personas, no debe considerarse nunca por encima del bien y del mal. 

Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos tener, por ejemplo, una ley de eutanasia obligatoria para los mayores de ochenta años, algo que el famoso científico Francis Crick defendía cuando tenía cincuenta, para controlar la población y la economía mundial, pero que no le impidió llegar a los ochenta y ocho. Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos encontrarnos de nuevo con el niño con el pijama de rayas.

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Manuel Alfonseca