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jueves, 21 de noviembre de 2024

La productividad científica disminuye

Teoría de cuerdas

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Un equipo de investigadores chinos y estadounidenses ha publicado en arXiv en septiembre de 2024 un artículo que resume su estudio sobre el desarrollo de la ciencia y la tecnología a lo largo de más de dos siglos. El estudio analiza 213 millones de artículos científicos publicados entre 1800 y 2020, junto con 7,6 millones de patentes concedidas entre 1976 y 2020.

El resultado de su estudio es que, mientras el número de publicaciones científicas ha crecido exponencialmente, el conocimiento obtenido por la humanidad crece linealmente; o sea, que la velocidad de adquisición de conocimientos es constante y no crece en la misma proporción que el número de publicaciones.

jueves, 16 de febrero de 2023

Ciencia y Cientificismo

Alegoría de la ciencia
Atribuido a Sebastiano Conca
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El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define así la ciencia:

Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente.

Esta definición es muy completa, porque abarca las tres ramas en que se clasifica normalmente el conocimiento científico: teoría (razonamiento), observación y experimentación. Falta la ciencia aplicada (tecnología), que a menudo se clasifica aparte.

Por otro lado, define así la palabra cientificismo:

Teoría según la cual los únicos conocimientos válidos son los que se adquieren mediante las ciencias positivas.

jueves, 28 de octubre de 2021

¿El fin de la ciencia?

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La revista de noticias científicas Science News acaba de cumplir 100 años. Comenzó a la vez que el año 1922. Y como desde el principio ha ido numerando sus revistas por semestres (no por años), los ejemplares del segundo semestre de 2021 llevan el número 200. Es una de las revistas de información y alta divulgación científica más longevas que existen. Pero su evolución en las últimas décadas resulta preocupante, y no parece que nos empuje a ser optimistas sobre la situación actual de la ciencia mundial.

jueves, 21 de junio de 2018

La historia, ¿ciencia o literatura?



Alegoría de la Ciencia, por Sebastiano Conca
Las ciencias no son todas iguales. Unas son más rigurosas y tienen gran poder de predicción, otras lo son menos, otras casi nada. Veamos una clasificación de las ciencias:
·         Ciencias formales: Parten de unos axiomas o postulados más o menos inatacables y utilizan la deducción como principal método de razonamiento. Algunas desempeñan el papel de base fundamental para todas las demás ciencias. Entre las ciencias de este grupo destacan las matemáticas, la lógica y la informática teórica.
·         Ciencias naturales: Utilizan la inducción como principal método de razonamiento. Su objetivo es descubrir leyes fundamentales que expliquen el funcionamiento del mundo. Para desarrollarse, se apoyan más o menos en la lógica y las matemáticas. Entre ellas destacan (por orden de rigor decreciente) la física y la astronomía; la química; la biología, geología y paleontología.
·         Ciencias sociales: Utilizan la abducción como principal método de razonamiento (véase un artículo anterior en este blog). Su objeto de estudio es el hombre o la sociedad. Entre ellas destacan la psicología, la economía, la sociología, la antropología, la política, la arqueología y la historia.
·         Finalmente, las ciencias aplicadas, cuyo objetivo es desarrollar aplicaciones prácticas a partir de los conocimientos teóricos proporcionados por las ciencias experimentales y sociales. En conjunto suelen asociarse bajo el nombre de tecnología, aunque hay algunas disciplinas que quedan fuera de ese paraguas, como las ciencias jurídicas, la economía aplicada, la medicina, o la psicología aplicada.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Más sobre el fin de la ciencia

Science News, 19 enero 2008
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En un artículo anterior mencioné algunas pistas que parecerían indicar que el desarrollo científico se está decelerando. En este artículo voy a centrarme en un indicio adicional: el hecho de que la mayor parte de los nuevos descubrimientos que se realizan en casi todas las ciencias son casi siempre condicionales. Más que descubrimientos de verdad, suelen ser previsiones de posibles hallazgos que se podrían realizar en el futuro.
Para mostrar lo que me han llevado a pensar que esto puede ser verdad, voy a basarme en un número de la revista Science News, una de las más prestigiosas entre las que se dedican a la divulgación científica de alto nivel. En concreto, he tomado el número de esta revista del 19 de enero de 2008, que contiene 18 noticias. Veamos los titulares o sus primeras palabras, donde he realzado los términos que indican que los resultados de la investigación eran sólo provisionales o tentativos (a menos que les interesen los detalles, no es necesario que los lean, pueden saltar a los últimos párrafos):

jueves, 10 de septiembre de 2015

El fin de la ciencia

Servers at LAAS
by Guillaume Paumier
Licensed under CC BY 3.0
via Wikimedia Commons
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En mi artículo anterior escribí esto: Habrá que ver si nuestra civilización científica resiste hasta el siglo XXII. Es a esto a lo que me refiero con el título de este artículo (el fin de la ciencia), no a la posibilidad de que la ciencia se acabe porque ya se ha descubierto todo lo que se puede descubrir, lo cual es muy improbable, como indiqué en otro artículo.
La ciencia ha sido parte integral de nuestra civilización desde hace muchos siglos, más de los que usualmente se cree, pues su actividad científica fue ya palpable durante la Edad Media. ¿No parece absurdo pensar que esa actividad pueda acabarse? ¿Por qué podría suceder esto? Aquí propongo algunas consideraciones, que distan de ser exhaustivas:

jueves, 9 de julio de 2015

¿Se enseña bien la ciencia en España?

Según casi todas las evaluaciones nacionales e internacionales, la enseñanza española, en los niveles elemental y medio, deja mucho que desear. Los estudiantes llegan a la universidad sabiendo menos que en planes anteriores, lo que obliga a rebajar también el nivel universitario o a utilizar remedios desesperados, como la implantación de cursos cero. En cambio, las editoriales de libros de texto parecen haberse lanzado a una carrera de contenidos. Se supone que el bachillerato debe proporcionar a los alumnos una formación general, no especializada. Sin embargo, en algunas materias, como química y biología, se les obliga a aprender cuestiones o a resolver problemas que deberían encontrarse en la universidad, varios cursos más tarde. Parece un contrasentido que se fuerce a los alumnos a aprender cada vez más, pero cada vez sepan menos.


jueves, 8 de enero de 2015

Propiedades antrópicas y suprantrópicas

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En un artículo publicado previamente hablé del problema del ajuste fino, que se basa en la constatación de que muchas propiedades del universo parecen diseñadas para hacer posible nuestra existencia. Con otras palabras: esas propiedades cumplen el principio antrópico, lo que no significa otra cosa que la constatación de que el universo debe cumplir todas las condiciones necesarias para nuestra existencia, puesto que nosotros estamos aquí. Por otra parte, el principio de la mediocridad establece que las condiciones antrópicas del universo deberían ser las mínimas necesarias para hacer posible nuestra vida.
Se ha publicado recientemente un libro de Robin James Spivey titulado Aqueous solution, que sostiene que ciertas propiedades del universo son suprantrópicas (van más allá del principio antrópico), porque, no siendo necesarias para nuestra existencia, su presencia asegura nuestro futuro. Según Spivey, estas propiedades son un indicio de diseño mayor que las propiedades antrópicas, pues el principio de la mediocridad se opone a su presencia.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Consecuencias del fraude científico: una lección para los políticos

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En un artículo anterior sobre el fraude científico mencioné una de sus consecuencias morales: el problema de la presunción de inocencia, en relación con el caso que afectó al premio Nobel David Baltimore y a su colaboradora Thereza Imanishi-Kari, que durante diez años tuvo que luchar contra una acusación de fraude que finalmente resultó infundada.
También pueden presentarse problemas éticos cuando se descubre que el fraude científico sí ha tenido lugar. La novela policíaca Gaudy night (1936) de Dorothy L. Sayers, traducida al castellano como Los secretos de Oxford, plantea un ejemplo concreto. Cuando está a punto de presentar su tesis, un investigador descubre un documento poco conocido que la echa por tierra. La tentación es demasiado fuerte: el investigador hace desaparecer el documento y sigue adelante con su tesis. Desgraciadamente para él, uno de los miembros del tribunal conocía el documento, y al ir a consultarlo descubre que ha desaparecido y quién fue el último que lo consultó. El fraude queda, pues, al descubierto, la tesis es rechazada, el caso se hace público y el investigador es despedido con pronunciamientos desfavorables, lo que le obliga a abandonar la carrera investigadora. Como tiene que mantener una familia, tiene que aceptar un trabajo por debajo de su capacidad y termina suicidándose.

jueves, 9 de octubre de 2014

60 preguntas sobre ciencia y fe respondidas por 26 profesores de Universidad

Frente a la idea generalizada de que ciencia y fe son incompatibles, los 26 autores de este libro de la Editorial Stella Maris ofrecen una lectura diferente: despojan a los conocimientos científicos de la capa ideológica con que el materialismo los ha ido recubriendo desde el siglo XVIII, para dejar clara la necesidad de colaboración entre ciencia, razón y fe para ampliar el ámbito de nuestro conocimiento.
Más allá del significado que puedan poseer las convicciones particulares de cada especialista, hay un hecho significativo que podemos tomar como punto de partida: el siglo XX y lo que llevamos del XXI ha asistido al fracaso de las predicciones decimonónicas relativas a la muerte de Dios y el fin inminente de la religión, especialmente la predicción positivista de que el pensamiento religioso moriría a manos de la ciencia. Se puede afirmar que el escenario positivista de la muerte de la religión a manos de la ciencia, ni se ha cumplido, ni lleva visos de cumplirse. Y no se ha cumplido porque estaba equivocado.
El objetivo de este libro es contribuir a la limpieza y rehabilitación de la parte del pensamiento fronteriza entre ciencia y fe, que ha sido devastada por un cientificismo que no supo entender, ni la teología, ni la propia ciencia. Para ello, las sesenta preguntas que contiene el libro se agrupan temáticamente en diez subdivisiones:

jueves, 25 de septiembre de 2014

¿Para qué sirve un niño?

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La importancia de la investigación básica.

El secretario de la Real Sociedad Británica de Ciencias se levantó y dijo, dirigiéndose a la concurrencia:
Tiene la palabra el señor Faraday.
Señores miembros de la Real Sociedad de Ciencias, invitados y colaboradores: en la conferencia de hoy, en lugar de disertar sobre un tema científico, voy a realizar ante ustedes un experimento. Pero antes, permítanme una breve introducción histórica. Como saben, Oersted, Ampère y Arago han demostrado que la corriente eléctrica puede dar lugar a fenómenos magnéticos. Cuando se coloca una aguja magnética (una brújula) sobre un alambre de cobre inactivo, la aguja toma la dirección norte-sur. Al hacer pasar corriente por el cable, la aguja se desvía. Si el alambre se arrolla en forma de una bobina y se hace pasar corriente, la bobina se comporta como un imán, con dos polos norte y sur, exactamente iguales que los polos correspondientes de un imán ordinario.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Precariedad de las teorías científicas

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Respecto a las teorías científicas, es bueno mantener cierta dosis de escepticismo. No se trata sólo de que estas teorías sean siempre simples aproximaciones que se van afinando con avances sucesivos, como pasó con la gravitación de Newton y la relatividad general de Einstein, caso citado en un artículo anterior. También es posible que una teoría científica, después de décadas, siglos o incluso milenios de dominio total, resulte ser simplemente errónea. Esto ha ocurrido tantas veces en todas las ciencias, que no es malo recordarlo con una muestra de algunos de los casos más señeros.
·         En astronomía, la teoría de la quintaesencia de Aristóteles, que sostenía que los cuerpos celestes no están hechos de la misma materia que los de la Tierra, fue la teoría estándar durante casi dos mil años.
·         En matemáticas, el problema de la cuadratura del círculo con regla y compás acaparó esfuerzos durante siglos, hasta que se demostró que no tiene solución. A pesar de ello, los aficionados siguen intentándolo, pero al menos los profesionales ya no tienen que perder el tiempo con las supuestas demostraciones que les presentan regularmente.
Lavoisier
·         En química, la teoría del flogisto, que dominó durante casi un siglo, trataba de resolver el problema de la combustión suponiendo que un cuerpo que se quema pierde una parte de su sustancia (el misterioso flogisto). La realidad resultó ser precisamente la opuesta. En lugar de perder flogisto, los cuerpos que arden absorben oxígeno, como demostró Lavoisier a finales del siglo XVIII.
·         En física, durante casi medio siglo, a finales del siglo XIX, nadie dudó de la existencia del éter, una sustancia misteriosa, con propiedades extrañas, que debía servir de soporte para el desplazamiento de las ondas electromagnéticas. A principios del siglo XX se llegó a la conclusión de que tal éter no existe.

jueves, 10 de julio de 2014

¿Tiene futuro la investigación científica?

Acelerador LHC del CERN

En las últimas décadas ha proliferado en los países de la Unión Europea y los Estados Unidos la tendencia a dar preferencia a la investigación aplicada sobre la investigación básica. Ya sé que existen convocatorias especiales de financiación para proyectos de investigación básica, pero habría que aclarar qué es lo que entienden por tal los organismos encargados de asignar los presupuestos de investigación.

Esta es la definición que da la Wikipedia de la investigación básica: ciencia o investigación científica que se lleva a cabo sin fines prácticos inmediatos, sino con el fin de incrementar el conocimiento de los principios fundamentales de la naturaleza o de la realidad por sí misma.

La investigación básica por excelencia es la Matemática pura. Otro ejemplo de investigación básica es el esfuerzo de los sistemáticos y taxonomistas por catalogar la biodiversidad. En un mundo amenazado, en el que muchas especies vivas están en peligro de extinción, apenas hemos catalogado la mitad de las existentes (algunos expertos piensan que muchas menos). Se trata de un trabajo con aplicaciones prácticas potencialmente enormes, pero no inmediatas, pues nos exponemos a perder muchas especies que podrían proporcionarnos sustancias útiles. 

Por otra parte, el trabajo de los investigadores (de todos, no sólo de los que se dedican a la investigación básica) se está convirtiendo en una carrera de obstáculos. 
  • Para ser bien evaluados, hay que publicar lo más posible. 
  • Para mantenerse al día, hay que leer cada vez más artículos, en Internet o en revistas especializadas, cuyo número también prolifera. 
  • Hay que dedicar un tiempo considerable (algunos lo evalúan en el 50%) a maquillar las propuestas de proyectos de investigación, de manera que se adapten a lo que los gestores de los fondos de investigación quieren encontrar en ellas. 
No parece muy lejano el momento en que los investigadores no podrán hacer otra cosa que leer y escribir artículos y realizar labores administrativas, sin que les quede tiempo para investigar. Cuando esto ocurra, la investigación científica se detendrá. La tecnología seguirá avanzando por inercia durante bastante tiempo: hubo avances tecnológicos importantes durante la edad Media europea.

Todo esto se complica, porque los criterios utilizados por los gestores de los fondos de investigación cambian con la misma frecuencia que las personas que ocupan dichos cargos. En las últimas décadas, hemos asistido al vaivén entre favorecer los grupos de investigación grandes (que se supone aprovechan mejor los recursos) y pequeños (que pueden estar menos esclerotizados). Por otra parte, la crisis económica ha afectado negativamente los presupuestos dedicados a la formación, con lo que cada vez se hace más difícil encontrar financiación para los doctorandos. La consecuencia es que los grupos de investigación no se remozan ni rejuvenecen, un fenómeno que tiene mayor impacto en los campos de investigación básica sin aplicación inmediata.

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Manuel Alfonseca

jueves, 3 de julio de 2014

La partícula de Dios

Peter Higgs
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Con el descubrimiento hace dos años del bosón de Higgs, la prensa generalista y algunos científicos han lanzado las campanas al vuelo. Tal como lo presentan, este descubrimiento completa la teoría estándar de física de partículas, por lo que ya lo sabemos todo y no necesitamos a Dios. De ahí el nombre impuesto al bosón de Higgs, con el que Higgs, por cierto, no está de acuerdo.
Es verdad que el descubrimiento de una partícula cuya existencia se predijo casi medio siglo antes es un éxito espectacular de la teoría estándar, comparable al éxito que alcanzó en 1846 la teoría de la gravitación universal de Newton con el descubrimiento del planeta Neptuno, cuya existencia había sido predicha poco antes por Le Verrier y Adams. También entonces se dijo que ya lo sabemos todo

Quedaba, es verdad, un cabo suelto, una discrepancia de apenas 43
Urbain Le Verrier
segundos de arco por siglo en la precesión de la órbita de Mercurio. Le Verrier intentó repetir su éxito y predijo que esa discrepancia se debía a un planeta desconocido situado entre Mercurio y el Sol, al que incluso dio nombre: Vulcano. Durante 60 años, los astrónomos buscaron el misterioso planeta sin encontrarlo, porque el problema, en este caso, estaba en la propia teoría de Newton, que acabó convirtiéndose en una primera aproximación y pasó el testigo a una nueva teoría que sí explicaba la discrepancia:
la relatividad general de Einstein.

¿Podría pasarle algo parecido a la teoría estándar de física de partículas? ¿Vendrá también su mayor éxito seguido por su primer fracaso? ¿Queda algún cabo suelto en esta teoría, algo que aún no hemos sabido resolver?

La respuesta a la última pregunta es afirmativa. La teoría estándar de física de partículas tiene pendientes las siguientes cuestiones:

jueves, 26 de junio de 2014

La ciencia es una herramienta

Francis Bacon
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La utopía La nueva Atlántida, de Francis Bacon, contemporáneo de Galileo y pionero de la moderna filosofía de la ciencia, describe una sociedad perfecta que surge automáticamente de la práctica de la ciencia, a la que los habitantes de la isla de Bensalem han convertido en la base de su sociedad y de su gobierno. Como muchos de sus seguidores enciclopedistas, que un siglo después crearon el mito del progreso indefinido (véase mi artículo El mito del progreso en la evolución de la ciencia), Bacon creía que la ciencia del futuro llegará a salvar al hombre, que algún día conseguirá resolver todos los problemas humanos, abriendo paso al paraíso en la Tierra.

Este error es muy frecuente. A menudo se confunden las herramientas con el bien que se puede hacer con ellas, olvidando que las mismas herramientas también pueden emplearse mal. Veamos algunos ejemplos, entre otros miles que podrían aducirse:

·         Un martillo se puede utilizar para colocar una obra de arte donde todo el mundo pueda verla, pero también puede servir para destruirla, como intentó hacer un loco con la Piedad de Miguel Ángel.
·         Un escalpelo puede salvar una vida, ayudando a un cirujano a extirpar un tumor maligno, pero también puede servirle a un asesino para matar a su víctima.
·         Una bomba atómica podría desviar un asteroide que amenaza provocar una catástrofe al estrellarse contra la Tierra, pero también puede obliterar una ciudad, matando a cientos de miles de personas.
Isaac Asimov
·         En un artículo publicado en 1970 (The sin of the scientist, incluido en la colección The stars in their coursesIsaac Asimov se pregunta si la ciencia puede utilizarse para hacer el mal. Su respuesta es inequívoca: ¡Sí!. Y señala, como el peor pecado de los científicos en toda la historia, la invención de los gases venenosos durante la primera guerra mundial (hoy se llaman armas químicas).

La ciencia es una herramienta y las herramientas no son ni buenas, ni malas. Lo que es bueno o malo es el uso que se haga de ellas. La ciencia puede contribuir, y lo ha hecho, a la mejora del mundo y de la humanidad, pero no puede salvar al hombre de su propia maldad, porque también le proporciona mayores medios para ejercerla.

¿Hay, por tanto, algo por encima de la ciencia? ¡Por supuesto! La ciencia estudia los fenómenos y formula teorías para explicarlos. Funciona exclusivamente en el modo indicativo: esto es así (descripción); esto lo causa aquello (explicación). Desde que Aristóteles formalizó la lógica, se sabe que no se puede deducir, de dos premisas en indicativo, una premisa en imperativo. La ciencia no puede llevar a una conclusión del tipo: debes hacer esto y no lo otro.


Como cualquier otra herramienta, la ciencia debe estar bajo el control de la ética. No vale decir: puede hacerse, luego debe hacerse. Gracias a la ciencia, hoy podemos destruirnos a nosotros mismos. ¿Debemos hacerlo?

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Manuel Alfonseca

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Qué es hacer ciencia?

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En marzo de 2009, la dirección general de tráfico proclamó la siguiente noticia en los medios de
comunicación: El 22% de los fallecidos en accidente de tráfico no llevaban el cinturón de seguridad. Para salvar vidas, se recomienda a todo el mundo que se lo ponga. Expresado así, este dato es ambiguo. Alguien podría pensar que, si el 22% de los muertos no lo llevaba, el 78% (más del triple) sí lo llevaba, por lo que es mejor no ponerse el cinturón de seguridad. Para poder sacar conclusiones correctas, falta un dato: con o sin accidentes, ¿qué proporción de los conductores no lleva puesto el cinturón de seguridad? Este dato existe, aunque me costó algún trabajo encontrarlo: es el 5%. Combinado con el anterior, permite deducir que la probabilidad de morir en un accidente es más de 4 veces mayor entre los que no llevan el cinturón que entre los que sí lo llevan. Si todos lo llevaran, el número de muertes disminuiría en un 18%. Ante la forma en que se publicó esta noticia, me pregunto: si se denuncia que los políticos y los medios de comunicación utilizan la estadística y divulgan datos científicos de forma incorrecta, ¿se hace política? ¿O se divulga la ciencia?
En 1897, la cámara de representantes de Indiana (Estados Unidos de América) aprobó por 67 votos a favor y ninguno en contra el proyecto de ley #246, en el que se establecía que el valor del número pi pasaría a ser igual a 3,2 en ese estado. Literalmente decía que la relación del diámetro a la circunferencia (1 dividido por pi) es de 5/4 a 4 (1 dividido por 3,2). El proyecto pasó entonces al senado, donde no llegó a presentarse gracias a la oposición activa de Clarence Abiathar Waldo, profesor de matemáticas de Purdue. ¿Hizo política el profesor Waldo al oponerse a un proyecto de ley aprobado por unanimidad? ¿O hizo ciencia?
Cuando un grupo de presión creacionista norteamericano intenta conseguir que no se enseñe la teoría de la
evolución en las escuelas, o que se ofrezca como alternativa científica la creación del mundo en seis días, si un científico se opone a ello ¿hace política? ¿O divulga la ciencia?
Quien defiende el derecho a la objeción de conciencia por los científicos que no quieren trabajar en la producción de gases venenosos, de minas antipersonas o de bombas atómicas, o realizar experimentos con seres humanos sin su consentimiento, ¿hace política? ¿Tiene que ver con la ciencia la dimensión ética de la ciencia?
Cuando se ataca o se defiende una ley del aborto acudiendo a afirmaciones tales como el embrión no es un ser humano, o el embrión es parte del cuerpo de la madre, o el embrión no es más que un conjunto de células (¿qué somos, pues, los adultos?), si uno o mil científicos denuncian que dichas afirmaciones son incorrectas, si se defiende el derecho a la objeción de conciencia de los médicos, ¿se hace política? ¿O se hace ciencia?

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Manuel Alfonseca

jueves, 23 de enero de 2014

¿Son compatibles la ciencia, la ética y la democracia?

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La novela de J. Boyne, El niño con el pijama de rayas (2006) trata de las matanzas en la cámara de gas en los campos de concentración nazis. El libro termina así:
Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido.
Hoy en día, no.

¿Es verdad lo que dice? ¿Estas cosas no pueden volver a ocurrir? 
Creo que este final no es acertado: 
  • En primer lugar, no es verdad que haga mucho tiempo. Poco más de sesenta años apenas es significativo cuando se habla de sucesos históricos. 
  • En segundo lugar, no es cierto que ahora esas cosas no podrían volver a ocurrir. ¿Ya se nos han olvidado las masacres de Ruanda durante los años noventa?
  • Pero quizá el autor quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en Europa. ¿Es que ya se le han olvidado la masacre de Srebrenica y la tragedia de Sarajevo?
  • O tal vez quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en un país democrático. ¿Olvida que Hitler
    La muerte de Sócrates, por David
    llegó al poder después de unas elecciones democráticas? 
  • ¿Olvida que la democracia ateniense quedó desprestigiada durante milenios por la condena de Sócrates, que fue resultado de una votación secreta, no durante la oligarquía impuesta por Esparta después de la guerra del Peloponeso, sino poco después de la restauración de la democracia?

Se dice a menudo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Por ello, el principio del predominio de la opinión mayoritaria, esencia de la democracia, tiende a extenderse a otros campos en los que su eficacia no ha sido probada o resulta negativa. Basta observar, para comprobar esta tendencia, la proliferación de encuestas de opinión (generalmente absurdas) en los medios de comunicación.

Los métodos de la democracia son inaplicables para el descubrimiento de la verdad, que es el objeto de la ciencia. Si las teorías científicas estuviesen sujetas a las normas de la democracia, llegaríamos al absurdo de que una nueva teoría no podría imponerse nunca, pues siempre tendría que enfrentarse con una opinión mayoritaria adversa: las teorías nuevas tienen siempre que luchar con las ideas preconcebidas anteriores y se ven obligadas a ganar adeptos poco a poco, convenciendo con argumentos y razonamientos, a veces muy despacio. Por otra parte, una teoría científica no se impone por mayoría. Debe ser universalmente aceptada.

Grandes descubrimientos, como la genética de Mendel, pueden quedar enterrados en el olvido durante décadas, porque nadie los comprende y su autor se ha adelantado a su época, pero al fin surgen a la luz pública y se imponen. Un solo descubrimiento (el experimento de Michelson-Morley) hizo tambalearse una construcción científica establecida durante doscientos años (la mecánica de Newton) y dio pie a Albert Einstein para construir una teoría totalmente nueva y revolucionaria.

Si rigiera la ley de la mayoría, muchos autores de teorías nuevas no habrían conseguido imponerlas y la ciencia avanzaría bastante más despacio, si es que no se hubiese detenido.
El objeto de la ciencia es descubrir la verdad. Las teorías se apoyan en hechos (resultados de experimentos, hallazgos paleontológicos, etc.) que no están sujetos a la opinión mayoritaria. Una teoría es tanto más convincente cuantos más hechos la apoyan. No depende de los votos.

Si alguna vez la ciencia llega a caer bajo el dominio de la democracia política, pasarían cosas como éstas: en 1897, la Asamblea General de Indiana (Estados Unidos) aprobó una ley que decretaba que el valor del número pi sería, a partir de ese momento, igual a 3,2 en ese estado. Esto es ridículo, pero ha sucedido y es una muestra de lo que puede llegar a ocurrir. Cuando la democracia se adueñe de la ciencia, la ciencia habrá muerto.

Además de la ciencia, que se ocupa de lo verdadero y de lo falso, existe también la ética, cuyo objeto es el bien y el mal. Los dos campos son muy semejantes. La ciencia nos dice cómo son las cosas, la ética cómo deben ser. Tampoco la ética debe estar bajo el dominio de la democracia, de la ley de la mayoría. La condena de Sócrates es prueba suficiente.

En los países occidentales con un régimen de gobierno democrático se oye con frecuencia a los políticos afirmar que el bien y el mal es lo que decida el parlamento. Esta postura es extremadamente peligrosa. Con el tipo de partidos políticos que tenemos, esto significa, simplemente, que el bien y el mal es lo que decida el jefe del partido. Una persona, un grupo de personas, no debe considerarse nunca por encima del bien y del mal. 

Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos tener, por ejemplo, una ley de eutanasia obligatoria para los mayores de ochenta años, algo que el famoso científico Francis Crick defendía cuando tenía cincuenta, para controlar la población y la economía mundial, pero que no le impidió llegar a los ochenta y ocho. Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos encontrarnos de nuevo con el niño con el pijama de rayas.

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Manuel Alfonseca