Fraude científico, un peligro para la ciencia

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La actividad fraudulenta no es privativa de los políticos y de los financieros, aunque quizá esté más extendida entre ellos. También afecta a los científicos, que como todos los seres humanos son propensos a la tentación y a veces (sorprendentemente pocas) caen en ella. Los motivos son los de siempre: la ambición, la fama y la presión insoportable para obtener resultados y publicarlos a que se ven sometidos los investigadores.
Lo primero que habría que tener claro es qué es y qué no es fraude científico. De acuerdo con los criterios utilizados en Estados Unidos, entre las actividades científicas claramente fraudulentas destacan esencialmente dos: la invención o falsificación de resultados experimentales, y el plagio. No se consideran fraudulentas, pero sí cuestionables, otras actividades: presentar especulaciones como si fueran hechos; usar procedimientos estadísticos incorrectos; o pedir la aprobación de experimentos éticamente controvertidos después de realizados. Finalmente, no se pueden considerar fraudulentos ni cuestionables los errores de juicio, las diferencias de opinión al interpretar los datos, o los errores cometidos en su análisis.
Supongamos el caso hipotético siguiente: Un investigador repite cuatro veces un experimento y obtiene tres veces el mismo resultado, y una vez otro distinto. Para mejorar la presentación de los resultados y asegurar su publicación, elimina el experimento discrepante y en su artículo se refiere únicamente a los otros tres.
Parece un fraude pequeño, pero ciertamente es un fraude. Einstein dijo: El derecho a buscar la verdad implica también un deber: uno no debe ocultar ninguna parte de lo que uno reconoce que es verdad.
Algunos fraudes científicos son famosísimos y merecerían un tratamiento más amplio, pero han sido descritos con frecuencia, por lo que me limitaré a mencionarlos, añadiendo una enumeración de algunos de los más recientes.
·       A principios del siglo XX, la tinción con tinta china de las manos del sapo partero, en relación con el intento de Paul Kammerer de demostrar la herencia de los caracteres adquiridos (Lamarckismo), en contra de la teoría de Darwin. Este fraude pudo ser debido a la iniciativa de un ayudante, demasiado preocupado por el prestigio científico de su jefe.   
·     El hombre de Piltdown, el eslabón perdido inglés, fabricado en 1912 con un cráneo de hombre moderno y la mandíbula de un orangután. Casi un siglo después, aún hierve la controversia sobre quién fue el autor del fraude.
·         Los resultados espectaculares obtenidos por Franz Moewus en los años 40 en el campo de la biología molecular, cuyos experimentos parecen ser imaginarios.
·         Las investigaciones de Cyril Burt (en tiempos considerado uno de los más eminentes psicólogos británicos) sobre la controversia sobre el origen de la inteligencia: ¿predominan las influencias hereditarias, o las ambientales y educativas? Sus estudios sobre gemelos univitelinos separados parecieron decidir la cuestión en favor de la influencia genética. Años después de su muerte, se descubrió que, de los 119 pares de gemelos supuestamente estudiados por Burt, sólo los 15 primeros eran reales: los restantes se los había inventado. También parece haber inventado a dos supuestas colaboradoras, que le habrían ayudado en sus investigaciones. 
·         Además de éste, a Burt se le atribuyen otros fraudes de menor importancia, como la publicación de cartas, reseñas y notas bajo seudónimo en la revista de la que era editor (el British Journal of Psychology), para citarse a sí mismo y aumentar el índice de impacto de sus artículos.
·         En 1974, el inmunólogo norteamericano Summerling anunció haber logrado realizar, sin provocar rechazo, trasplantes de piel de ratones albinos a ratones negros. Cuando se pusieron en duda sus resultados, fue sorprendido in fraganti tiñendo de blanco el pelo de un ratón.
·         En 1986, Claudio Milanese, del Dana-Farber Cancer Institute de la Universidad de Harvard, reconoció haber manipulado los resultados de un experimento que condujo a la publicación del descubrimiento de una molécula inexistente (interleucina-4A).
·         En un análisis realizado entre 1977 y 1988 por la FDA norteamericana, se detectaron deficiencias graves en muchos informes y datos de laboratorio de los investigadores contratados por empresas farmacéuticas para estudiar drogas experimentales, tales como manipulación de datos, falta de consentimiento de los pacientes, o protocolos científicos incorrectos. 395 casos fueron estudiados a fondo, por presentar deficiencias especialmente graves. En 63 de ellos, la FDA tomó medidas disciplinarias contra los investigadores.
·         Entre 1989 y 1991, el gobierno de los Estados Unidos analizó 200 casos posibles de mala conducta científica. En 30 de ellos, la sospecha se confirmó.
·         Entre 1992 y 1999, las agencias federales de los países nórdicos investigaron 37 casos de mala conducta científica, que sólo se confirmó en 9.
·         En 1999 se descubrió en China un fósil, aparente eslabón perdido entre los dinosaurios y las aves, al que se dio el nombre de Archaeoraptor. La revista National Geographic le dedicó un artículo. Posteriormente se descubrió que el fósil había sido montado con la cabeza del ave extinguida Yanomis, la cola de un Microraptor y las patas de una tercera especie.
·         En 1999, Victor Ninov y sus colegas del Lawrence Berkeley Lab anunciaron que habían conseguido por primera vez fabricar los elementos 116 y 118. En 2002, un panel investigador concluyó que Ninov había manipulado intencionadamente los datos. Aunque negó las acusaciones, Ninov fue despedido.
·         En 2000, Robert Tracy, uno de los miembros del equipo de Michael Lieber, confesó haber manipulado los datos que parecían demostrar la existencia de híbridos de ADN y ARN que desempeñarían un papel en la síntesis de anticuerpos. Sus colegas tuvieron que retractarse de la publicación correspondiente.
·         En 2002, un panel de Lucent Technologies acusó a Jan Hendrik Schön, de Bell Labs, de haber manipulado datos sobre experimentos en electrónica molecular que parecían haber conducido a una cascada de descubrimientos: un transistor formado por una sola molécula, transistores plásticos, transistores superconductores... Los datos manipulados habían contaminado 25 artículos científicos, entre ellos varios en Nature y Science. Schön fue despedido.
·         En 2004, el coreano Woo Suk Hwang, de la universidad de Seul, anunció haber logrado clonar células madre embrionarias humanas. La revista Science publicó dos artículos. A finales de 2005, esta investigación fue cuestionada, Hwang fue acusado de fraude y expulsado de la universidad, y Science retractó los dos artículos.
·         En un artículo publicado en The Lancet en 2005, Jon Sudbö, del Hospital Noruego del Radio y la universidad de Oslo, publicó un estudio que demostraba que el ibuprofeno reduce el riesgo de cáncer de boca en los fumadores. Acusado de fraude, Sudbö reconoció haber inventado los 908 pacientes que mencionaba en el artículo.
David Baltimore
No todos los supuestos fraudes científicos resultan serlo al final. También en relación con esto es preciso ser exquisitamente escrupulosos con la presunción de inocencia. En 1986, el premio Nobel David Baltimore avaló con su firma un artículo de su colaboradora Thereza Imanishi-Kari sobre la inserción de genes en ratones. Margot O’Toole, estudiante posdoctoral del equipo, acusó a Thereza de manipular los datos de los experimentos. Durante algún tiempo, pareció que la acusación tenía base. En 1991, Baltimore se vio obligado a dimitir como rector de la Universidad Rockefeller de Nueva York. En 1994, Imanishi-Kari fue declarada culpable de 19 acusaciones de mala conducta científica por un panel de la Oficina de Integridad en la Investigación (ORI). En 1996, sin embargo, un panel federal de apelación calificó  el análisis de la ORI de irrelevante, no creíble o no corroborado, y declaró a Imanishi-Kari inocente de las 19 acusaciones. Para entonces, sin embargo, tras diez años de lucha, Thereza había tenido que abandonar la carrera investigadora.

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Manuel Alfonseca

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