El crecimiento económico permanente es insostenible


'Reviving Economic Growth', Reunión Anual 2009 del World Economic Forum en Davos
Los políticos y los economistas nos dicen a menudo que es muy difícil crear empleo con un crecimiento del PIB por debajo del 2 o 3%. Según ellos, la situación óptima y el final de la crisis se alcanzarán cuando se consiga un crecimiento permanente por encima de esas cifras, cuanto más alto mejor. Nadie parece plantearse si esa situación es posible a largo plazo.

Pensemos en el caso más sencillo: supongamos que fuese posible alcanzar un crecimiento anual acumulativo del 3% del PIB, que se prolongase indefinidamente. ¿Habríamos alcanzado la utopía, viviríamos en el mejor de los mundos?

Tal vez, pero no por mucho tiempo.

Un cálculo sencillo demuestra que, con una tasa de crecimiento del 3%, el PIB se duplicaría en 23 años; se multiplicaría por 10 en 78 años; por 20 en un siglo; por 100 en siglo y medio; por 400 en dos siglos; y por 7100 en tres siglos. No hay recursos naturales ni sociedad que aguanten ese ritmo de crecimiento.

Curva logística
Como todo matemático sabe, un crecimiento acumulativo de tasa constante da lugar a una curva exponencial, pero las curvas exponenciales son insostenibles. Gordon Moore, célebre por su ley sobre la evolución de los ordenadores, lo expresó así en 2005: No exponential is forever. Con otras palabras: todo crecimiento exponencial acaba deteniéndose más pronto o más tarde por la acción de causas naturales. Todas las curvas que al principio parecen crecimientos exponenciales, al final se convierten en curvas logísticas, en las que el crecimiento alcanza un punto de inflexión, a partir del cual se reduce poco a poco hasta desaparecer.

Crecimiento histórico de la frecuencia de cómputo de los microprocesadores
Llevamos más de un siglo con crecimiento económico positivo porque dicho crecimiento se ha venido apoyando en otra curva logística: la del aumento de la población mundial, pero esta rebasó el punto de inflexión hacia 1985 y se prevé que podría alcanzar el máximo hacia 2050. El crecimiento económico se apoya también en otra curva logística, la del crecimiento tecnológico, expresada por la ley de Moore, pero esta también parece haber rebasado el punto de inflexión, y para que se prolongue su fase de crecimiento exponencial tendría que producirse algún nuevo avance tecnológico importante que, por su propia naturaleza, es impredecible.

En el Japón, donde en 2010 llevaban dos décadas con un crecimiento próximo a cero, algunos políticos y economistas estaban tan preocupados que buscaron formas novedosas de resolver el problema. ¿Qué se les ocurrió? Aumentar el consumo y desincentivar el ahorro introduciendo tasas de interés negativas para este, es decir, cobrando al cliente por meter su dinero en los bancos. Como el efecto de esto podría ser que todo el mundo guardara sus ahorros en casa, para evitarlo se eliminaría el dinero en efectivo y se obligaría a realizar todos los pagos mediante tarjeta de crédito, para conseguir que ningún japonés ahorre un yen, para que todos se gasten el sueldo inmediatamente después de cobrarlo.

Creo que quienes proponen estas soluciones no van por buen camino. Hacen falta ideas mucho más revolucionarias: tendremos que adaptarnos a un mundo en el que el crecimiento llegue a ser cero, porque más pronto o más tarde esto ocurrirá. Habría que ver, por ejemplo, cómo nos repartiremos entre todos un trabajo cada vez más escaso.

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Manuel Alfonseca

¿Son compatibles la ciencia, la ética y la democracia?

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La novela de J. Boyne, El niño con el pijama de rayas (2006) trata de las matanzas en la cámara de gas en los campos de concentración nazis. El libro termina así:
Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido.
Hoy en día, no.

¿Es verdad lo que dice? ¿Estas cosas no pueden volver a ocurrir? 
Creo que este final no es acertado: 
  • En primer lugar, no es verdad que haga mucho tiempo. Poco más de sesenta años apenas es significativo cuando se habla de sucesos históricos. 
  • En segundo lugar, no es cierto que ahora esas cosas no podrían volver a ocurrir. ¿Ya se nos han olvidado las masacres de Ruanda durante los años noventa?
  • Pero quizá el autor quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en Europa. ¿Es que ya se le han olvidado la masacre de Srebrenica y la tragedia de Sarajevo?
  • O tal vez quiere decir que esas cosas no pueden ocurrir en un país democrático. ¿Olvida que Hitler
    La muerte de Sócrates, por David
    llegó al poder después de unas elecciones democráticas? 
  • ¿Olvida que la democracia ateniense quedó desprestigiada durante milenios por la condena de Sócrates, que fue resultado de una votación secreta, no durante la oligarquía impuesta por Esparta después de la guerra del Peloponeso, sino poco después de la restauración de la democracia?

Se dice a menudo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Por ello, el principio del predominio de la opinión mayoritaria, esencia de la democracia, tiende a extenderse a otros campos en los que su eficacia no ha sido probada o resulta negativa. Basta observar, para comprobar esta tendencia, la proliferación de encuestas de opinión (generalmente absurdas) en los medios de comunicación.

Los métodos de la democracia son inaplicables para el descubrimiento de la verdad, que es el objeto de la ciencia. Si las teorías científicas estuviesen sujetas a las normas de la democracia, llegaríamos al absurdo de que una nueva teoría no podría imponerse nunca, pues siempre tendría que enfrentarse con una opinión mayoritaria adversa: las teorías nuevas tienen siempre que luchar con las ideas preconcebidas anteriores y se ven obligadas a ganar adeptos poco a poco, convenciendo con argumentos y razonamientos, a veces muy despacio. Por otra parte, una teoría científica no se impone por mayoría. Debe ser universalmente aceptada.

Grandes descubrimientos, como la genética de Mendel, pueden quedar enterrados en el olvido durante décadas, porque nadie los comprende y su autor se ha adelantado a su época, pero al fin surgen a la luz pública y se imponen. Un solo descubrimiento (el experimento de Michelson-Morley) hizo tambalearse una construcción científica establecida durante doscientos años (la mecánica de Newton) y dio pie a Albert Einstein para construir una teoría totalmente nueva y revolucionaria.

Si rigiera la ley de la mayoría, muchos autores de teorías nuevas no habrían conseguido imponerlas y la ciencia avanzaría bastante más despacio, si es que no se hubiese detenido.
El objeto de la ciencia es descubrir la verdad. Las teorías se apoyan en hechos (resultados de experimentos, hallazgos paleontológicos, etc.) que no están sujetos a la opinión mayoritaria. Una teoría es tanto más convincente cuantos más hechos la apoyan. No depende de los votos.

Si alguna vez la ciencia llega a caer bajo el dominio de la democracia política, pasarían cosas como éstas: en 1897, la Asamblea General de Indiana (Estados Unidos) aprobó una ley que decretaba que el valor del número pi sería, a partir de ese momento, igual a 3,2 en ese estado. Esto es ridículo, pero ha sucedido y es una muestra de lo que puede llegar a ocurrir. Cuando la democracia se adueñe de la ciencia, la ciencia habrá muerto.

Además de la ciencia, que se ocupa de lo verdadero y de lo falso, existe también la ética, cuyo objeto es el bien y el mal. Los dos campos son muy semejantes. La ciencia nos dice cómo son las cosas, la ética cómo deben ser. Tampoco la ética debe estar bajo el dominio de la democracia, de la ley de la mayoría. La condena de Sócrates es prueba suficiente.

En los países occidentales con un régimen de gobierno democrático se oye con frecuencia a los políticos afirmar que el bien y el mal es lo que decida el parlamento. Esta postura es extremadamente peligrosa. Con el tipo de partidos políticos que tenemos, esto significa, simplemente, que el bien y el mal es lo que decida el jefe del partido. Una persona, un grupo de personas, no debe considerarse nunca por encima del bien y del mal. 

Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos tener, por ejemplo, una ley de eutanasia obligatoria para los mayores de ochenta años, algo que el famoso científico Francis Crick defendía cuando tenía cincuenta, para controlar la población y la economía mundial, pero que no le impidió llegar a los ochenta y ocho. Si se les permite hacerlo, cualquier día podríamos encontrarnos de nuevo con el niño con el pijama de rayas.

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Manuel Alfonseca

La predicción del futuro científico

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El hombre siempre se ha interesado por predecir el futuro. Los científicos somos seres humanos. Por ello, no es raro ver, especialmente en medios de amplia difusión, predicciones de los avances que podrían realizarse en diversos campos de investigación en los próximos años, décadas y a veces incluso siglos.
¿Tienen las predicciones científicas más probabilidades de cumplirse que las demás? Podríamos pensar que sí, ya que la ciencia es la rama más racional del conocimiento humano. Lo mejor sería aplicar el método científico a las predicciones: se aguarda hasta que pase el tiempo previsto y se comprueba si se han cumplido o no. Este tipo de estudios no suele realizarse. A todo el mundo le gusta predecir, pero pocos se molestan en comprobar si las anticipaciones han llegado a hacerse realidad.
Sin embargo, existen casos claros que todos recordamos. En 1956, el Dartmouth Summer Research Project on Artificial Intelligence (que acuñó el término Inteligencia Artificial) afirmó que en menos de diez años se dispondría de programas de ordenador capaces de ganar al campeón del mundo de ajedrez o de traducir perfectamente entre dos lenguas humanas cualesquiera. El fracaso de la predicción salta a la vista, sin más que considerar que el primer objetivo tardó en cumplirse 41 años en vez de 10, mientras el segundo aún no se ha conseguido, después de más de medio siglo.

Por qué la ciencia no puede explicarlo todo

La dificultad de explicarlo todo no se debe a nuestra debilidad mental, sino a la estructura misma del universo. En los últimos siglos hemos descubierto que la trama del cosmos puede abordarse en varios niveles diferentes. Mientras no se descubre el siguiente nivel, lo que ocurre en el anterior no se puede explicar, sólo puede describirse. En consecuencia, para el último nivel que se conoce en cada momento nunca hay explicaciones, sólo puede haber descripciones.

Veamos un poco de historia:

Evolución cultural y evolución biológica

La evolución cultural y la evolución biológica son similares: la selección natural actúa sobre ambas. Las producciones culturales compiten unas con otras, algunas se extinguen. Como pasa con los seres vivos, no siempre vencen los mejores: la suerte y la casualidad influyen. Véase cómo Windows-95 barrió al sistema operativo OS/2, entonces más avanzado; o el resultado de la guerra comercial entre los tres modelos de grabación de vídeo: Betamax, 2000 y VHS.
Igual que hay variabilidad genética (en una población de seres vivos de la misma especie coexisten muchas variantes del mismo gen), hay también variabilidad cultural, representada por la coexistencia de marcas y modelos antiguos y modernos, sucesivos y paralelos. Cuando ocurren cambios en el entorno (estamos asistiendo a uno muy intenso) un producto cultural puede salvarse gracias a la variabilidad: por ejemplo, combinando versiones para producir algo nuevo, más adaptado a las nuevas circunstancias.
El paralelo es profundo: a lo que en el mundo biológico llamamos especie, le corresponde en el mundo cultural la cultura o civilización. Pero también existen diferencias importantes entre ambos fenómenos.
Mientras los estudios sobre la evolución biológica se remontan a hace ciento cincuenta años (estamos celebrando esa efemérides de la publicación de El origen de las especies), los de la evolución cultural son más recientes: apenas llegan al medio siglo. Uno de sus pioneros, el biólogo Richard Dawkins (inventor del nombre meme para los elementos culturales equivalentes a los genes) cometió el error de intentar demostrar que la evolución biológica y la cultural son exactamente iguales, olvidando sus diferencias. Porque en la evolución cultural, propia casi exclusivamente del hombre, aparecen fenómenos nuevos, procesos emergentes que la diferencian de la evolución biológica:

  • La evolución cultural es mucho más rápida.
  • Los elementos culturales pueden transmitirse entre dos civilizaciones diferentes mucho más deprisa que los genes entre dos especies de seres vivos (exceptuando quizá las bacterias).
  • Entre los seres vivos, la hibridación entre especies diferentes es un fenómeno muy raro, siempre tiene lugar entre dos especies muy próximas y a menudo conlleva la esterilidad de los híbridos. Por el contrario, la hibridación cultural es muy frecuente, los resultados suelen ser fecundos y es posible que dos civilizaciones enteras confluyan y formen una entidad cultural única.
  • El concepto de verdad proporciona un criterio para la selección cultural desconocido entre los genes. Un gen puede ser más útil que otro para la supervivencia de los individuos que lo poseen, pero no se puede decir que sea más verdadero. Para la supervivencia de un meme, este criterio puede ser esencial. Toda la evolución de la ciencia se basa en ello: después de dos siglos de triunfos, la teoría de la gravitación universal de Newton fue suplantada por la relatividad general de Einstein porque la segunda se acerca más a la verdad (describe mejor el universo). Dawkins, sin embargo, no tiene en cuenta este concepto, pues se empeña en considerar únicamente criterios de utilidad. Por eso, su teoría es incompleta.
Una teoría más verdadera tiene, hasta cierto punto, una utilidad mayor, aunque las teorías establecidas pueden proporcionar más ventajas políticas o económicas que las más correctas. Los científicos y los filósofos han sostenido siempre que es nuestro deber defender la verdad, por encima de beneficios de cualquier otra índole. El deber es otro de los conceptos olvidados por Dawkins y los biólogos que estudian la memética.

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Manuel Alfonseca

El hombre: ¿Un reino de la Naturaleza?

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Entre todas las especies vivas, hay una especial: la nuestra. Esto se ha dicho desde la antigüedad, y sólo se ha puesto en duda en el último siglo y medio. Muchos biólogos sostienen que la especie humana es una más entre muchas, que no se nos puede considerar superior a ninguna de las demás, ya se trate de bacterias, de insectos, o de los demás mamíferos.
Existe, sin embargo, un criterio cuantitativo y perfectamente objetivo que permite probar que la especie humana es única, completamente diferente de todas las demás: la cantidad de información que puede manejar cada uno de sus individuos.
Para los seres unicelulares, la única información de que dispone cada individuo es su propio genoma, que es muy fácil de cuantificar: su valor en bits es aproximadamente igual al doble del número de nucleótidos del genoma completo. Para los virus, está comprendido entre 10 y 50 kbits; para las bacterias, entre 1 y 10 Mbits; para un eucariota unicelular, alcanza los 25 Mbits.
Si pasamos a los animales y las plantas pluricelulares, el tamaño del genoma aumenta, y con él la cantidad de información manejada: desde 200 Mbits para un nemátodo, hasta varios Gbits para los vertebrados. Para el hombre se calcula en unos 6 Gbits, lo que ciertamente no le proporciona una gran ventaja sobre otras especies.
Además del genoma, los vertebrados disponen de una segunda fuente de información: su sistema nervioso, especialmente el cerebro, tanta más cuanto mayor sea éste: unos 10 kbits los anfibios, 10 Gbits los reptiles, cerca de 200 Gbits los mamíferos.
Aquí el hombre es único: en proporción al cuerpo, su cerebro tiene mayor tamaño que cualquier otra especie viva y es capaz de almacenar nada menos que 10 Tbits (10 billones de bits), mil veces más que su propio genoma y 50 veces más que la mayoría de los mamíferos. Se puede decir que, con la aparición del hombre, la vida atravesó un punto crítico que, por primera vez en la historia, permitió a un solo individuo alcanzar semejantes niveles de información.
Desde hace cinco mil años, con la invención de la escritura, el hombre ha atravesado un nuevo punto crítico, más drástico aún que el anterior: se ha convertido en la única especie que dispone de una tercera fuente de información, una memoria exterior a su cuerpo. Con la llegada de los ordenadores y de Internet, esa información se ha puesto a disposición de todos y no hace más que crecer. Actualmente se estima que ha rebasado ya los 100 exabits (100 trillones de bits: un uno seguido por veinte ceros). Así que cada ser humano, además de la que contiene su propio cerebro, tiene acceso a una información diez millones de veces mayor, como si estuviera conectado con diez millones de cerebros además del suyo.
La figura adjunta resume todo lo anterior y combina (en escala logarítmica) todas las fuentes de información disponibles en cada momento para la especie capaz de manejar mayor cantidad de información, en función del tiempo transcurrido desde el origen de la vida hasta la aparición de dicha especie (en miles de millones de años).
El hombre es tan distinto de todas las demás especies, tan abrumadoramente dominante, que deberíamos considerarlo como un reino de la naturaleza. Ya indiqué en otro artículo que, para bien o para mal, su efecto sobre el resto de los seres vivos (la biosfera), sobre la atmósfera y sobre la Tierra entera, es mayor que el de todos los demás animales juntos. Así que, cuando un biólogo afirma que el hombre es una especie como las demás, que la historia de la vida no muestra progreso alguno en ninguna dirección, lo menos que se puede decir es que no sabe lo que dice. O quizá se ha dejado arrastrar por ideologías extracientíficas que se empeñan en denigrar al hombre y despojarlo de su dignidad, para sus propios fines: para poder matarlo cuando estorba (aborto, eutanasia), o para manipularlo cuando conviene (C.S.Lewis, The abolition of man, 1943).

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Manuel Alfonseca

¿Qué es el hombre?


Desde hace algo menos de un siglo, con la consolidación de las teorías evolucionistas, y sacando de ellas conclusiones filosóficas sin base científica, muchos biólogos sostienen que el hombre es sólo un animal como cualquier otro, una más entre millones de especies de seres vivos, siendo imposible establecer criterios que permitan decidir si una especie es más avanzada más importante que otra.
¿Es esto cierto? Pienso que es evidente que tales criterios existen y que es absurdo negarnos una capacidad de comparar y de juzgar que está en la base de todos los avances tecnológicos de la humanidad. Mencionaré únicamente dos de esos criterios.
  • La aparición de la vida, hace unos 4000 millones de años, apenas tuvo un efecto inmediatamente perceptible en el aspecto físico de la Tierra: algunos cambios de tonalidad de las aguas o la aparición de arrecifes de cianobacterias. No obstante, la acción de la vida sobre la Tierra se iba desarrollando lentamente, culminando hace unos 1000 millones de años en una nueva composición de la atmósfera, que con el 20% de oxígeno hizo posible la respiración.
Con la aparición de los seres vivos pluricelulares, el aspecto físico de la Tierra cambió profundamente: el color dominante de los continentes pasó a ser verde. De los tres reinos de este nivel de la vida, los vegetales produjeron el mayor efecto: la existencia de hongos y de animales es prácticamente imperceptible desde el espacio exterior.
En los últimos siglos, la situación ha cambiado: para bien o para mal, la especie humana por sí sola ha modificado profundamente el aspecto de nuestro planeta. La superficie de las selvas tropicales se reduce; se extingue una proporción importante de las restantes especies de seres vivos; aparecen agujeros en la ozonosfera; cambia la composición de la atmósfera; el cielo nocturno se inunda de luz; y, por primera vez en su historia, la Tierra se ha convertido en emisor de ondas electromagnéticas de baja frecuencia (radio y microondas), lo que hace nuestra existencia detectable por hipotéticas inteligencias extraterrestres. Una sola especie ha conseguido todo esto en un tiempo enormemente breve, en relación con la historia de la Tierra.
  • Por otra parte, en años muy recientes, la especie humana ha llegado a manejar una cantidad enorme de información, que rebasa ya el trillón de bits y sigue creciendo. Compárese esta cifra con la información que se calcula maneja como máximo cualquiera de las otras especies, desde las bacterias hasta los chimpancés: entre un millón y 200 millones de bits, siete a doce órdenes de magnitud más pequeña. Es posible que la información a disposición del hombre haya rebasado ya la acumulada por el conjunto de los cien millones de especies de seres vivos que se calcula han existido desde el origen de la vida hasta la actualidad, suponiendo que tenga sentido sumarla.
¿Es el hombre una especie como las demás? No. Por sus obras los conoceréis. Opino que las clasificaciones biológicas debieran considerar nuestra especie al menos como un reino de la naturaleza, si no más: algo completamente aparte. Precisamente como se la consideró durante toda la historia de la humanidad, hasta que algunos biólogos del siglo XX comenzaron una continua y solapada labor de zapa de la dignidad humana.

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Manuel Alfonseca