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James H. Schmitz |
Hace
unos años, especialmente en 2015 y 2016, empezaron a surgir noticias en los
medios de comunicación de masas que anunciaban la inminencia de que nuestra esperanza de vida suba de forma desmesurada,
por lo que pronto alcanzaremos la inmortalidad.
Por entonces escribí en este blog tres artículos (este,
este
y este)
en los que me declaré escéptico respecto a esas previsiones. En otro
artículo, publicado también en 2016, distinguí entre dos conceptos muy
diferentes:
- Esperanza de vida: la duración media
de la vida humana. Aunque depende de la edad de la persona, usualmente se
da el dato que corresponde al momento del nacimiento. La esperanza de vida
ha ido creciendo progresivamente en los últimos siglos, debido sobre todo
a los avances de la medicina, aunque los
datos actuales de la ONU parecen indicar que ese aumento está
disminuyendo.
- Longevidad: la duración máxima de la
vida humana. Su valor parece aproximarse a los 120 años, y no se nota
ningún aumento significativo en las últimas décadas. De hecho, sólo hay dos
personas de las que se pensó que habían rebasado esa longevidad, el
japonés Shigeziyo Izumi y la francesa Jeanne Calment, pero ambos casos
están actualmente en duda. Al primero se le quitó el título de hombre
más longevo del mundo cuando se descubrió que su fecha de
nacimiento podría corresponder en realidad a un hermano suyo del mismo
nombre mayor que él, que murió bastante joven. En el caso de la francesa,
existe un controvertido estudio ruso que propone que su hija habría intercambiado
su identidad por la de su madre cuando murió esta, supuestamente en 1934.