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jueves, 9 de julio de 2020

¿Cuándo es buena la divulgación científica?

Isaac Asimov
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Noticia publicada el 20 de noviembre de 2007 en ABC: 
El Jugene, el ordenador civil más potente y ecológico del mundo, es alemán. [En la] localidad renana de Jülich [se ha puesto en marcha] el Jugene (Jülicher Blue Gene), cuyas 167.000 millones de operaciones básicas (teraflops) por segundo lo han aupado como el primero del mundo para uso civil...
En realidad, los ordenadores más potentes de entonces funcionaban a unos pocos cientos de teraflops. La noticia exagera la velocidad en nueve órdenes de magnitud. Este error no ha sido corregido.
Oído en Radio Nacional el 30 de mayo de 2008: Los pescadores se quejan de la subida del gasóleo. Hace cinco años les costaba un 320% menos. O sea, hace cinco años les pagaban por llenar el depósito.
Veamos otro ejemplo publicado en ABC el 18/2/2020. El titular dice: Científicos logran generar electricidad de la “nada”. El texto aclara que la saca de la humedad del aire actuando sobre una proteína.
Estos errores, tan frecuentes en los medios de comunicación (podría aportar muchos más), me han llevado a formular la siguiente regla de oro de la divulgación científica:
Cualquier afirmación debe ser correcta y contrastada
Todo lo que se diga debe comprobarse detenidamente para asegurarnos que no se trata de un error, de una noticia apresurada o tergiversada, o en el peor caso, de una noticia falsa.
Otro error típico de la divulgación científica en los medios de comunicación es presentar como realizadas noticias que en realidad no son más que predicciones de futuro. Esto suele ocurrir sobre todo en los titulares, porque se intenta siempre reducirlos al tamaño mínimo manteniendo el máximo impacto. Por ejemplo, en la noticia publicada en ABC el 13/2/2020, el titular es Marte también se hizo a golpes y durante mucho tiempo. El subtítulo, sin embargo, es mucho menos tajante. Lo que el titular da como seguro, pasa a ser sólo posible: El planeta rojo pudo ser impactado por pequeños mundos de distintos tamaños en los inicios de su historia.
La estadística se presta a muchas manipulaciones, a veces con consecuencias inesperadas:
En 1995, un estudio demostró que la píldora anticonceptiva aumenta un 100% el riesgo de trombo-embolia. La prensa lo publicó con grandes titulares. Miles de mujeres dejaron de tomar la píldora. Se estima que, en consecuencia, se produjeron 10.000 abortos más, sólo en Gran Bretaña.
¿Qué había pasado en realidad? ¿Qué descubrió ese estudio?
Riesgo de trombo-embolia en mujeres que no toman la píldora: 1 en 14.000. Riesgo de trombo-embolia en mujeres que toman la píldora: 2 en 14.000.
En este caso, la noticia no era incorrecta. Lo que estaba mal era la forma de plantearla. Es verdad que el riesgo aumentaba un 100% (de 0,00007 a 0,00014). Pero expresada así, la noticia se prestaba a provocar un pánico, como así ocurrió.
He puesto más ejemplos en dos artículos antiguos de este blog: este y este.
Veamos una lista de 20 divulgadores famosos de todos los tiempos:
Michael Faraday
Galileo Galilei, Michael Faraday, Jean Martin Charcot, Camille Flammarion, George Gamow, Willy Ley, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Konrad Lorenz, Stephen Jay Gould, Martin Gardner, Douglas Hofstadter, Ian Stewart, Raymond Smullyan, Steven Weinberg, Richard Feynman, Carl Sagan, Stephen Hawking, Roger Penrose y Paul Davies.
A los que añadiré cuatro divulgadores españoles famosos:
Santiago Ramón y Cajal, Josep Comas i Solà, Gregorio Marañón y Félix Rodríguez de la Fuente.
Santiago Ramón y Cajal
Casi todos ellos eran científicos, distribuidos entre las siguientes especialidades: 3 matemáticos, 12 físicos, químicos y astrónomos, 3 biólogos, 4 médicos y un ingeniero. La excepción es Martin Gardner, que se graduó en filosofía, aunque luego se especializó en filosofía de las matemáticas. Algunos de ellos abordaron varias disciplinas o se mantuvieron al día en ellas, al menos desde el punto de vista divulgativo.
Muchos de los divulgadores mencionados abordaron también la otra forma de divulgar la ciencia: a través de la ficción. Algunos de los nombres indicados son también famosos como autores de novelas de ciencia-ficción o simplemente de ficción, con algún detalle científico: Asimov, Clarke, Gamow, Sagan, Davies, Ramón y Cajal, y Marañón escribieron novelas, algunas de las cuales están consideradas entre las mejores del género.
¿Nacen los divulgadores o se hacen? Seguramente ambas cosas a la vez. La mejor definición de un divulgador la dio Willy Ley, cuando uno de sus maestros planteó a sus alumnos que hicieran un trabajo desarrollando la siguiente cuestión: qué quiero ser de mayor y por qué. Willy Ley respondió: Quiero ser explorador. Al maestro no le gustó la respuesta, dijo que ya no quedaba nada por explorar. Evidentemente, el maestro se equivocaba.
Hilo Temático Divulgación Científica: Anterior Siguiente
Manuel Alfonseca

Agradezco a Felipe Gómez-Pallete,
que me sugirió el tema de este artículo.
Felices vacaciones. Hasta septiembre

jueves, 21 de mayo de 2020

Literatura y Ciencia: Huxley y Heisenberg

Aldous Huxley
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En 1963, el año de su muerte, Aldous Huxley publicó un ensayo con el título Literatura y Ciencia. En él, plantea la existencia de dos lenguajes especializados distintos, el literario y el científico, diferentes de la lengua vulgar, cada uno de los cuales se dirige a un objetivo concreto:
  • La literatura tiene por objeto describir, de la mejor forma posible, las experiencias más privadas del hombre, especialmente las que afectan a nuestros sentimientos. Para ello crea un lenguaje específico, en el que la ambigüedad de las palabras es un elemento fundamental que le presta casi toda su fuerza. Para Huxley, el término literatura se aplica a todas las formas posibles del arte de escribir: poesía, drama, novela y ensayo, cuya relación con la ciencia analiza sucesivamente.
  • La ciencia, por el contrario, busca describir de forma unívoca las experiencias públicas (o menos privadas) del hombre, las que tienen que ver con la realidad objetiva. Para ello, el lenguaje científico debe estar en lo posible libre de toda ambigüedad. Cada término debe tener un sentido unívoco e inequívoco. En el mejor caso (como ocurre con la física) el lenguaje científico se reduce a fórmulas matemáticas.

jueves, 2 de abril de 2020

Conducta frente a Conductismo: Tabula Rasa e Ideología de Género

Konrad Lorenz
Nobel Foundation Archive
La teoría que sostiene que somos una pizarra en blanco, sobre la que alguien (quizá nosotros mismos) debe escribir nuestro carácter y nuestro comportamiento es muy antigua. Podría remontarse al menos hasta la teoría de la potencia y el acto de Aristóteles, según el cual el alma humana nace en estado de potencia, como una tablilla sin escribir, y debe convertirse en acto:
Lo inteligible ha de estar en [el intelecto] del mismo modo que en una tablilla en la que no hay nada escrito: esto es lo que sucede con el intelecto. (Sobre el alma).
La idea fue recuperada por filósofos medievales como Avicena y Santo Tomás de Aquino, y ya en el siglo XVII por John Locke en su An Essay Concerning Human Understanding, donde sustituyó el término Tabula Rasa por White Paper (papel en blanco):
Porque quienes tienen cuidado... de dar buenos principios a los niños... les inculcan en su entendimiento... libre de prejuicios (porque el papel blanco recibe cualquier cosa) las doctrinas que quieren que retengan y profesen.
Y más adelante dice:
Supongamos que la mente es, como decimos, un papel en blanco, vacío de caracteres, sin ideas: ¿Cómo se amuebla?