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Cada civilización es ciega
para algunas cosas, mientras ve otras con cierta claridad. Esto tiene la
consecuencia de que hay problemas que una civilización se empeña en resolver, aunque
es posible demostrar que no tienen solución. Esto le pasó, por ejemplo, a la
civilización greco-romana con el problema de la
cuadratura del círculo con regla y compás. Hubo que esperar
hasta la civilización siguiente (la nuestra) para demostrar que es imposible
resolverlo.
Por otra parte, el hombre
exhibe una tendencia evidente a negar la existencia de aquello que no entiende.
Esto le está pasando a nuestra civilización con dos conceptos que se nos han
atascado, que nos empeñamos en explicar, pero que no tienen una solución
evidente: el fluir del tiempo y la auto-consciencia
humana. En ambos casos, muchos de los pensadores de los dos
últimos siglos han recurrido a decir que ambos conceptos son ilusiones, que en
realidad no existen. Veámoslo con más detalle: