Jean-Henri Fabre |
En 1879, el entomólogo francés J. H. Fabre estudió muchas especies de himenópteros (avispas y abejas solitarias) que capturan otros insectos para que sirvan de alimento a sus larvas. Por eso se los conoce usualmente como himenópteros cazadores (mal llamados himenópteros parásitos). Antes de poner el huevo, el himenóptero paraliza a la presa, inyectando con su aguijón una gota de veneno en cada uno de los ganglios (centros de control descentralizados) de su sistema nervioso. En alguna especie, como Ammophila hirsuta, que captura orugas de lepidóptero, el número de ganglios es grande (hasta 12, uno por cada segmento de la oruga). A pesar de ello, el cazador parece conocer exactamente los puntos donde debe clavar el aguijón.
Una
vez paralizada la presa y puesto el huevo, la diminuta larva del himenóptero se
introduce en su interior y comienza a devorarla. Al hacerlo, exhibe un aparente
conocimiento
innato de la anatomía de la presa, pues va devorando primero las partes
menos necesarias para la vida, dejando para el final los órganos vitales. Así
evita que la oruga muera demasiado pronto y se pudra, con lo que no podría alimentar
al predador, que moriría inexorablemente.
Ammophila sabulosa trasladando una oruga capturada |
No
es posible reconciliar la selección natural y la evolución gradual con el
comportamiento de Ammophila hirsuta, pues un hipotético eslabón perdido que
sólo inyectara veneno en la mitad -digamos- de los segmentos de la oruga, no
sería viable, puesto que la presa no quedaría perfectamente paralizada y mataría
a la larva que la está devorando realizando movimientos convulsos. Ese
comportamiento, por tanto, habría debido surgir de golpe, o bien haber sido
creado directamente por Dios.
Henri Bergson |
El
razonamiento fue recogido posteriormente por el filósofo francés Henri Bergson
en su obra L’évolution créatrice, como argumento en favor del élan
vital que propone para explicar la vida y en apoyo de su hipótesis
filosófica sobre el predominio del espíritu sobre la materia. El argumento podría
interpretarse también como un ejemplo de complejidad irreducible como los que
aducen los partidarios del diseño inteligente.
Es
sorprendente, por cierto, que fuese el propio Fabre (sin darse cuenta de ello)
quien describió precisamente un posible eslabón perdido para los himenópteros
cazadores como Ammophila. En el capítulo 5 del segundo
tomo de sus Souvenirs describe otro género de himenópteros (Eumenes) cuya larva, que se alimenta de
presas parcialmente paralizadas, pende del techo de la excavación mediante un filamento
que se alarga y se acorta a su gusto, lo que le permite bajar a comer cuando
las presas están quietas y retirarse cuando sus movimientos podrían hacerle
daño.
Es
curioso que el caso de los himenópteros cazadores haya sido utilizados también
por los pensadores ateos como argumento contra el diseño y la existencia de
Dios, presentándolo como un ejemplo especialmente cruel del problema del mal en
el mundo o, con palabras del poeta Tennison, la Naturaleza roja en dientes y
garras. Podría resumirse así:
El comportamiento de los
himenópteros cazadores provoca en sus presas un sufrimiento indescriptible. Por
lo tanto, no puede ser algo diseñado o querido por un Dios bueno.
Hay
dos respuestas diferentes para el argumento:
- De forma general, aduciendo (con san Agustín, que ya lo
propuso en el siglo IV) que Dios permite el mal porque es condición
indispensable para llegar a un bien mayor. Giberson y Artigas (Oráculos
de la ciencia, 2012) lo expresan así:
Para que el argumento de Dawkins funcione, tiene
que mostrar... a Dios cómo producir un mundo con al menos algunas de las
maravillas de éste sin permitir el dolor. Esto no es sencillo. ¿Podrían existir
interesantes criaturas vivas... sin comer otros organismos? ¿Podrían las leyes
naturales funcionar sin producir nunca ningún daño?
Esta discusión se aborda con más detalle en el capítulo
primero del libro Mitología
materialista de la ciencia, de Francisco José Soler Gil, 2013.
- El argumento del mal en el mundo basado en el
supuesto dolor de las orugas paralizadas mientras las devoran peca de antropomorfismo.
No sabemos gran cosa sobre el sentido del dolor en los insectos. Se sabe
desde hace tiempo que las cucarachas que se hieren accidentalmente
una pata suelen acabar comiéndosela (autofagia o auto-canibalismo), lo que
significa que los insectos no tienen un sentido del dolor como el nuestro
(imagínate a ti mismo comiéndote un brazo herido). Por lo tanto, las orugas
devoradas por una larva de himenóptero quizá no sientan tanto dolor como
se dice, lo que le quita fuerza al argumento. Al considerar el dolor de
las presas paralizadas y devoradas lentamente, uno tiende a imaginar lo
que sentiría si se encontrara en una situación así. Es probable que lo
peor fuese el sufrimiento moral, algo que es casi seguro que los insectos
no sienten.
Manuel Alfonseca
Un muy interesante artículo, desde posiciones religiosas pero respetuosas, que nos ayuda a pensar a creyentes y ateos. Gracias. «Libros y abrazos»
ResponderEliminarComo has intuido, el objetivo implícito de mi artículo es mostrar que el mismo argumento se puede usar (¡y se ha usado!) para "demostrar" dos posturas contradictorias. Eso muestra que el argumento probablemente no vale ni en una dirección ni en la otra. Con otras palabras: que no se trata de ciencia, sino de interpretación de la ciencia (filosofía).
EliminarTenemos un problema muy importante: científicos de prestigio (como Dawkins, Hawking y otros) creen hacer ciencia cuando en realidad están haciendo filosofía. Como dije en un artículo anterior, Hawking empieza su libro "El gran diseño" diciendo "la filosofía ha muerto", e inmediatamente demuestra la falsedad de su afirmación, porque se pone a hacer filosofía (propone una teoría epistemológica, el realismo de modelos). Pero él no es consciente de ello, porque no sabe filosofía y la desprecia.
En el campo contrario pasa algo parecido entre los defensores de la teoría del Diseño Inteligente, aunque al menos las afirmaciones que hacen suelen ser falsables (algunas ya han sido falsadas).
Es todavía un enigma cómo se trasmite ciertas experiencias y/o conocimiento empírico de forma innata entre los animales. Tambien al parecer está demostrado que muchas especies de animales inferiores saben/aplican matemática "empirica" desde su nacimiento.
ResponderEliminarCoincido contigo en tu comentario y en que mucho de lo que damos por ciencia es filosofía y que hay buenos cientificos que son mediocres filósofos, y mediocres científicos que son mejores filósofos.
Gustavo Molina