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Respecto a las teorías científicas, es bueno
mantener cierta dosis de escepticismo. No se trata sólo de que estas teorías
sean siempre simples aproximaciones que se van afinando con avances sucesivos,
como pasó con la gravitación de Newton y la relatividad general de Einstein, caso
citado en un artículo anterior. También es
posible que una teoría científica, después de décadas, siglos o incluso
milenios de dominio total, resulte ser simplemente errónea. Esto ha ocurrido
tantas veces en todas las ciencias, que no es malo recordarlo con una muestra
de algunos de los casos más señeros.
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En astronomía, la teoría de la quintaesencia de Aristóteles, que sostenía que
los cuerpos celestes no están hechos de la misma materia que los de la Tierra, fue la teoría
estándar durante casi dos mil años.
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En matemáticas, el problema de la cuadratura del círculo con regla y compás
acaparó esfuerzos durante siglos, hasta que se demostró que no tiene solución.
A pesar de ello, los aficionados siguen intentándolo, pero al menos los
profesionales ya no tienen que perder el tiempo con las supuestas
demostraciones que les presentan regularmente.
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Lavoisier |
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En química, la teoría del flogisto, que dominó durante casi un siglo,
trataba de resolver el problema de la combustión suponiendo que un cuerpo que
se quema pierde una parte de su sustancia (el misterioso flogisto).
La realidad resultó ser precisamente la opuesta. En lugar de perder flogisto,
los cuerpos que arden absorben oxígeno, como demostró Lavoisier a finales del
siglo XVIII.
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En física, durante casi medio
siglo, a finales del siglo XIX, nadie dudó de la existencia del éter, una sustancia misteriosa, con
propiedades extrañas, que debía servir de soporte para el desplazamiento de las
ondas electromagnéticas. A principios del siglo XX se llegó a la conclusión de
que tal éter no existe.