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En 1914, el psicólogo James Henry Leuba realizó una encuesta entre 1000 científicos de los Estados Unidos, seleccionados aleatoriamente, a los que preguntó si creían en un Dios personal, que definió así: un Dios en comunicación intelectual y afectiva con la humanidad, esto es, un Dios a quien se puede rezar, esperando recibir respuesta. Entre los que contestaron a la encuesta, el 41,8% respondió afirmativamente, otro 41,5% negativamente, el resto no supo o no quiso contestar. De ahí, Leuba sacó la conclusión de que, a medida que avanzara la ciencia, la fe en Dios disminuiría, y predijo que a finales del siglo XX prácticamente todos los científicos serían ateos.
En 1914, el psicólogo James Henry Leuba realizó una encuesta entre 1000 científicos de los Estados Unidos, seleccionados aleatoriamente, a los que preguntó si creían en un Dios personal, que definió así: un Dios en comunicación intelectual y afectiva con la humanidad, esto es, un Dios a quien se puede rezar, esperando recibir respuesta. Entre los que contestaron a la encuesta, el 41,8% respondió afirmativamente, otro 41,5% negativamente, el resto no supo o no quiso contestar. De ahí, Leuba sacó la conclusión de que, a medida que avanzara la ciencia, la fe en Dios disminuiría, y predijo que a finales del siglo XX prácticamente todos los científicos serían ateos.
En
1996, Larson y Witham repitieron la encuesta de Leuba utilizando exactamente la
misma pregunta, para que los resultados fuesen comparables. Descubrieron que la proporción de los que contestaban afirmativamente se mantenía en 39,3%,
mientras los que contestaban negativamente pasaban a ser 45,3%. Las cifras
eran, por tanto, aproximadamente las mismas que ochenta años antes. Como dicen
los autores en su artículo, si en 1914 lo sorprendente era el alto número de
ateos, en 1996 lo sorprendente fue el alto número de creyentes.
Estas
dos encuestas presentan un problema: Leuba y sus imitadores tienden a
considerar ateos a todos los que contestaron negativamente a su pregunta. Pero
tanto los ateos, como algunos agnósticos, como los indiferentes, además de los
que creen en un Dios no personal, se sentirían obligados a contestar
negativamente a una pregunta tan específica.
Un estudio más reciente (2009) realizado por The Pew Forum entre
2500 miembros de la American Association
for the Advancement of Science (la principal asociación científica
norteamericana, que publica la revista Science
y copatrocinó la encuesta) obtuvo resultados más detallados con una pregunta
diferente. El 33% de los científicos que respondieron a la encuesta declara
creer en un Dios personal; otro 18% cree en un espíritu universal o un poder
superior de algún tipo; el 41% no cree en ninguna de las dos cosas; el resto no
sabe o no contesta. Un dato adicional de este estudio es que la respuesta
negativa se da con mayor frecuencia entre los científicos mayores de 65 años
que entre los más jóvenes, y menos entre los químicos y los biólogos que entre
los físicos, astrónomos y geólogos.
Para
evitar el problema de las encuestas anteriores, que unían a ateos, agnósticos e
indiferentes en un cajón de sastre, aquí se hizo una pregunta adicional, que
permitía adscribir a los que contestaron a grupos mucho más detallados. El
resultado fue el siguiente: 10% se declaran católicos; 20% protestantes; 8%
judíos; 10% pertenecen a otras religiones. El total suma 48%, muy próximo a la
suma de los que escogieron las dos primeras contestaciones a la primera
pregunta. Por otro lado, 17% se declaran ateos, 11% agnósticos y 20%
indiferentes, lo que da un total de 48%, algo más que los que eligieron la
tercera opción en la primera pregunta, lo que se explica porque algunos que no
contestaron a la primera sí lo hicieron con la segunda.
La
conclusión es evidente: el ateísmo, que hacia 1915 creía haber ganado la
partida, parece haberse estancado durante el resto del siglo XX y lo que
llevamos del XXI. De hecho, los científicos norteamericanos explícitamente
ateos siguen siendo minoritarios frente a los creyentes, excepto en la Academia
Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, pues en otro estudio de Larson y Witham, restringido a sus miembros, la proporción
de creyentes resultó mucho menor (7%).
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Manuel Alfonseca
En realidad creo, y me pasa a mi, la ciencia en la medida que va abriendo puertas va haciendo descubrimientos que su existencia requiere la presencia de fe y de un Dios.
ResponderEliminarEstimado Manuel. Soy profesor de Lengua castellana y Literatura y Secretario de un instituto en la provincia de Cádiz. Vamos a leer "Los moradores de la noche" y me gustaría contactar con usted. Un cordial saludo.
ResponderEliminarPuede contactarme en la dirección Manuel.Alfonseca en uam.es
EliminarMire, si no le importa, le doy mi correo: raulsegrob@gmail.com.
EliminarMuchas gracias.
Me remito a las palabras de Don Santiago Ramón y Cajal, acerca de la obra del investigador científico, recogidas de su obra "Reglas y consejos sobre investigación científica", capítulo 3, y que reza así:
ResponderEliminar--Esta nobleza, de la que se envanece con tanto mayor motivo cuanto que es su propia obra, consiste en ser ministro del progreso, sacerdote de la verdad y confidente del Creador. Él acierta exclusivamente a comprender algo de ese lenguaje misterioso que Dios ha escrito en la Naturaleza, y a él solamente le ha sido dado desentrañar la maravillosa obra de la Creación para rendir a lo Absoluto el culto más grato y acepto, el de estudiar sus portentosas obras, para en ellas y por ellas conocerle, admirarle y reverenciarle.--
--Esta noblez
Bello, me adhiero a esta forma de ver la investigación (y todo acto de incrementar el saber humano), como una interpretación humana de las revelaciones que por distintos medios, hace Dios a Nuestros Espíritus (Plegando Saber).
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