La recuperación de especies extinguidas

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Desde que comenzó a avanzar la ingeniería genética, en el último cuarto del siglo XX, surgió la idea de si será posible algún día recuperar especies extinguidas. En 1990, Michael Crichton publicó su famosa novela Parque Jurásico, que se basa en la realización práctica de esta idea para reconstruir varias especies de dinosaurios y montar con ellas un parque zoológico muy especial. Hablé de esta novela en este artículo anterior, y en este otro.

El procedimiento empleado en la novela de Crichton es irrealizable. En primer lugar, no disponemos del ADN de ninguna especie de dinosaurio. Según la novela, los científicos lo habrían obtenido analizando el contenido del estómago de insectos chupadores de sangre de la era Mesozoica que se hubieran conservado en ámbar. Es verdad que algunos científicos afirmaron que habían obtenido ADN de insectos atrapados en ámbar desde hace 80 millones de años, pero de acuerdo con un estudio realizado en 2013, es imposible obtener ADN de esos insectos si el ámbar tiene 60 o más años de antigüedad, porque se deteriora muy deprisa. Según los autores del trabajo, el ADN obtenido por investigadores anteriores debe de provenir de la contaminación de las muestras utilizadas por insectos modernos.

En segundo lugar, el ADN de dinosaurios supuestamente descubierto por los científicos del Parque Jurásico se inyecta en el núcleo del óvulo de un cocodrilo, que Crichton suponía sería lo bastante próximo a los dinosaurios para que la célula fuese compatible con su ADN. Pero esto no es cierto: aunque los cocodrilos sean los reptiles actuales más próximos a los dinosaurios, están tan alejados de ellos genéticamente como los erizos, topos y musarañas lo están de nosotros, si no más. La operación no tendría éxito.

Antes de lanzar las campanas al vuelo sobre la posibilidad de recuperar alguna especie extinguida, debemos tener en cuenta lo siguiente:

  • La mayor parte del ADN antiguo que se ha podido recuperar es ADN mitocondrial, el que hay en los orgánulos que ayudan a nuestras células a respirar oxígeno. Este ADN es mucho más abundante que el que está en el núcleo, porque en cada célula hay muchísimas mitocondrias y un solo núcleo, pero el ADN que regula el desarrollo y la reproducción de las células eucariotas es el del núcleo, no el mitocondrial, y es el que tendría que emplearse para intentar recuperar alguna especie extinguida. Es cierto que en algunos casos (por ejemplo, a partir de excrementos de perezosos no arbóreos y en el caso del dodó) se ha obtenido ADN nuclear, pero muy pocas veces se conoce el genoma completo.
  • Si los insectos englobados en ámbar han resultado decepcionantes, en ambientes muy fríos el ADN puede durar más. En la actualidad, el animal más antiguo del que se ha obtenido ADN es un mamut de Siberia de hace más de un millón de años.
  • El desarrollo de un ser pluricelular no depende sólo de su ADN, que hace el papel de “disco duro”, sino de la herencia epigenética, que viene a ser el programa que utiliza los datos del ADN nuclear (y otros datos adicionales aún no bien conocidos) para que un ser vivo se desarrolle correctamente. Aunque dispusiéramos del ADN nuclear completo, lo que rara vez ocurre en el caso de especies extinguidas, faltaría parte de la información, así como el programa de desarrollo, que no es exactamente igual de una especie a otra.

Se ha hablado de utilizar la ingeniería genética para completar los genomas de especies desaparecidas recientemente con genes de especies muy emparentadas, y después hacer desarrollarse ese genoma insertándolo en óvulos de dicha especie próxima. Pero estudios recientes parecen indicar que lo que se obtendría en ese caso no sería la resurrección de la especie extinta, sino un híbrido entre las dos especies utilizadas. Si se aplicara este proceso al mamut, no se obtendría un mamut, sino un híbrido de elefante y mamut: un elefante peludo.

Entre las especies extinguidas que suelen mencionarse en el contexto de su posible recuperación están el mamut; el dodó o dronte (Raphus cucullatus) de la isla Mauricio; el lobo o tigre marsupial de Tasmania (Thylacinus cynocephalus); los moas de Nueva Zelanda (Dinornitidae), exterminados por el hombre hace unos 500 años; y la paloma viajera (Ectopistes migratorius), diezmada por una caza excesiva durante el siglo XIX, que pasó de ser el ave más abundante en los Estados Unidos a desaparecer por completo en el año 1914. El más antiguo es el mamut; los demás se han extinguido durante el último milenio.

Resumiendo: no basta con conocer el genoma completo del ADN nuclear de un ser vivo extinguido para poder recuperarlo. Es posible que en el futuro se consiga, pero falta mucho por hacer. Y es muy difícil que consigamos recobrar a los dinosaurios.

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Manuel Alfonseca

Dedicado a Daniel Ciuperca, que me sugirió este artículo

2 comentarios:

  1. Todavía hay una posibilidad más inquietante: la "resurrección" del Hombre de Flores, homínido que parece que ha sobrevivido en la Isla de Flores hasta épocas casi históricas (hace doce mil años) y que sospecho, está ya en el objetivo de científicos poco escrupulosos.

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  2. Y luego estarían las cuestiones éticas de hacer múltiples intentos con animales madres de alquiler e hijos deformes e inviables. Y la dificultad de conseguir suficientes individuos y suficientemente diversos genéticamente como para conseguir una población viable.
    Sin embargo, sería impresionante devolver a la vida a cualquiera de las especies extintas por el hombre que has conseguido. Y, quizás no deberíamos aspirar a conseguir una réplica tan fiel si el híbrido conseguido ocupa el mismo nicho ecológico que la especie original. Me recuerda a lo que dicen de los caballos y vacas asilvestrados durante generaciones, que están cumpliendo un papel y algunos llaman uros y tarpanes (neouros y neotarpanes les llamaría yo). Tener neomamuts a partir de elefantes asiáticos modificados o hibridados en latitudes altas septentrionales quizás podría recuperar el ecosistema llamado praderas de mamut.

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