Acceso prohibido: riesgo de radiación |
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Nos gustaría vivir en un mundo en el que no corriésemos ningún riesgo, pero eso es imposible. Cada vez que subimos a un coche, cruzamos la calle, encendemos el gas o hacemos deporte, corremos un riesgo. Las acciones más elementales e inconscientes de la vida tienen asociado un riesgo: respirar aire contaminado, exponerse a la radiactividad natural de los edificios, pasar debajo de una teja justo cuando se suelta... Siempre se ha sabido que la vida es sinónimo de peligro y nos hemos adaptado a ello. En nuestra época, sin embargo, parece que el umbral de riesgo que estamos dispuestos a tolerar ha descendido. Dicho de otro modo: nos hemos vuelto más cobardes.
Nos gustaría vivir en un mundo en el que no corriésemos ningún riesgo, pero eso es imposible. Cada vez que subimos a un coche, cruzamos la calle, encendemos el gas o hacemos deporte, corremos un riesgo. Las acciones más elementales e inconscientes de la vida tienen asociado un riesgo: respirar aire contaminado, exponerse a la radiactividad natural de los edificios, pasar debajo de una teja justo cuando se suelta... Siempre se ha sabido que la vida es sinónimo de peligro y nos hemos adaptado a ello. En nuestra época, sin embargo, parece que el umbral de riesgo que estamos dispuestos a tolerar ha descendido. Dicho de otro modo: nos hemos vuelto más cobardes.
Los medios de comunicación tienen gran parte de culpa, pues movidos por
el interés de captar lectores y aumentar sus ganancias, suelen fomentar la
aparición de estados de opinión próximos al pánico. Podemos verlo en la forma en
que se presentan las noticias que afectan a la salud (el síndrome de las vacas
locas, la gripe aviar, el SARS, la gripe A...); la viabilidad
de la vida humana en la Tierra (calentamiento global, choque con un asteroide);
o la economía (tiempos de crisis). Muchas de estas amenazas son reales, pero se
exageran sistemáticamente y alguna vez terminan desinflándose.
Physalia physalis |
El siguiente titular fue publicado en un
periódico nacional el 30 de abril de 2009: “Peor que la medusa: El Instituto de Oceanografía alerta de la presencia en el Mediterráneo de la carabela portuguesa, cuya picadura puede ser mortal”. El texto del artículo aclara: “[Un]
investigador del Instituto de
Oceanografía explicó que las picaduras pueden ser mortales en el caso de
personas que tengan respuestas de tipo alérgico. No obstante, son casos
extremos”. El titular, sin embargo, ya ha tocado la tecla sensacionalista del
pánico. Se sabe que las muertes causadas por picaduras de avispas y abejas son
más que las que causan todos los demás animales venenosos juntos, muchas más que
las de las medusas y los sifonóforos. ¿Por qué no aparece nunca en los
periódicos un titular como éste: Peligro en el campo. Hay abejas, que pueden
provocar la muerte? Porque nadie lo tomaría en serio y no provocaría el pánico
que se busca.
Lo malo es que estos estados de opinión próximos al pánico se traducen
a menudo en actuaciones irracionales y despilfarradoras de los políticos. En un estudio simulado publicado en una revista internacional de impacto, se probó
que, para detener una epidemia de hepatitis, basta con vacunar a un 10% de la
población en peligro. Poco después, ante un amago de epidemia
de hepatitis en España, los gobiernos autónomos se dejaron arrastrar por el
efecto dominó, sufragando la vacunación masiva de todos los afectados y
gastando diez veces más de lo necesario.
En otro estudio simulado, relacionado con la epidemia de SARS
que tuvo lugar hace unos años en extremo oriente, se estudiaron cuatro medidas paliativas
y se llegó a la conclusión de que el uso de mascarillas produce el efecto
mínimo, siendo más efectiva la ruptura de las cadenas de contagio mediante la
suspensión de las actividades sociales (poner en cuarentena a los enfermos y
sus familiares). Pues bien: para luchar contra la pandemia de gripe A,
algunos gobiernos encargaron millones de mascarillas, de utilidad dudosa,
pero de mayor aceptación social que la cuarentena.
En 1995, la prensa generalista publicó con grandes titulares la noticia de que un estudio científico había demostrado que el uso de la píldora anticonceptiva aumenta un 100% el riesgo de trombo-embolia. Como resultado del pánico resultante, miles de mujeres dejaron de tomar la píldora. Se estima que, en consecuencia, hubo unos 10.000 abortos más, sólo en Gran Bretaña. Pero mirando el artículo original se ve que el riesgo de trombo-embolia en mujeres que no toman la píldora es de 1 en 14.000. En mujeres que toman la píldora, dicho riesgo sube a 2 en 14.000. Cierto, es un 100% de aumento, pero ¿estaba justificado el pánico?
Veamos algunos
riesgos anuales en España (cifras de 2004 a 2008):
Riesgo de morir
electrocutado con un aparato casero
|
1 en 4.000.000
|
Riesgo de morir de
gripe
|
1 en 75.000
|
Riesgo de morir de
SIDA
|
1 en 40.000
|
Riesgo de morir de
una caída accidental
|
1 en 30.000
|
Riesgo de morir en
un accidente de automóvil
|
1 en 16.000
|
Riesgo de hacerse
daño cayéndose de la cama
|
1 en 650
|
Riesgo de morir de
cáncer
|
1 en 433
|
Riesgo de morir de
enfermedad cardíaca
|
1 en 365
|
Riesgo de morir este año por
cualquier causa (no nacidos excluidos)
|
1 en 120
|
Riesgo de sufrir un
accidente casero
|
1 en 36
|
Embarazos que
acaban en aborto provocado
|
1 en 6,4
|
El riesgo más grande para la vida de los seres humanos en España es el de ser
abortados durante las fases embrionaria y fetal. Este riesgo tan enorme (más de
un 15%) no produce pánico, porque los adultos saben que a ellos no les afecta,
y los afectados no pueden quejarse.
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Manuel Alfonseca
Ante la imposibilidad manifiesta, de no tener que conllevar algún tipo de riesgo en cualquiera de los instantes de nuestra vida (de la vida de cualquier ser vivo), la mente humana buscará explicación satisfactoria sobre la naturaleza de la omnipresente y universal exposición al riesgo individualizado, sobre sus causas motivadoras. A mí, se me ocurre ahora pensar que ese riesgo es debido a efectos dimanantes de la convivencia o la coexistencia entre, algunos o todos, los seres vivientes –pasados, presentes y futuros–; de hecho –y parece que también por razones creacionales– todos los seres vivientes somos interdependientes, somos fruto de la misma Creación. En ese ámbito, las ramas científicas –todas, incluidas las que se ocupan de las humanidades– tienen la palabra docta.
ResponderEliminarY sobre cómo sería una vida sin riesgo alguno, encuentro un modelo que no sé si pudiera ser comparativo. Veamos: En un centro dedicado a estudios biológicos, se disponía de algún mono, siempre alegre y vivaracho él, –lo leí hace ya tiempo–; pero el mono se pasaba la vida rascándose y moviéndose inquieto sin parar; el personal cuidador se dio cuenta de que ello era debido a los numerosos parásitos que habitaban sobre su piel y, con la mejor intención de librarle de aquella fatigosa carga, le desparasitaron por completo. Pues, a partir de aquel momento, el mono se mostró totalmente pasivo, indolente, apático, y hasta dejó de ser útil para el estudio científico pretendido. Por cuya razón, el personal cuidador se vio en la necesidad de proveerle de nuevos estimulantes parásitos naturales.
Un cordial saludo, para todos,
José Antonio Chamorro Manzano
Y sigue evolucionando la hipocresía. Ya no solo los políticos prohíben "por su seguridad", los bancos también prohíben hacer transferencias elevadas de dinero "por su seguridad" (que no recibirlas).
ResponderEliminarMuy buen artículo. Efectivamente el mayor riesgo de muerte lo sufren aquellos que no pueden ejercer defensa alguna, curioso si tenemos en cuenta que estamos viviendo en una de las épocas de mayor creatividad legislativo-proteccionista (de los aspectos que socialmente interesan) en la historía de España.
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