La convergencia evolutiva

Stephen Jay Gould

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Una de las controversias más espectaculares a las que dio origen la biología de finales del siglo XX fue la que mantuvieron dos biólogos famosos: el estadounidense Stephen Jay Gould, y el británico Simon Conway Morris. La controversia comenzó con un libro del primero, publicado en 1989, La vida maravillosa (Wonderful life. The Burgess Shale and the Nature of History), al que contestó Conway Morris en 1997 con otro libro, El crisol de la creación (The Crucible of Creation). Como indica el subtítulo del libro de Gould, ambos biólogos se apoyaron en los descubrimientos de la fauna cámbrica de Burgess Shale (Canadá), a la que hice referencia en otro artículo, y que fue descubierta y estudiada precisamente por Conway Morris.

En su estudio, Stephen Jay Gould se fija especialmente en la diversificación sorprendente y brusca que tuvo lugar hace 550 millones de años y que dejó su huella en la fauna de Burgess Shale para sostener que en la evolución dominan los efectos del azar, por lo que, si rebobináramos la historia de la vida y repitiéramos el proceso evolutivo, los resultados no se parecerían nada a los que tenemos ahora. Como corolario, si existe vida animal en otros mundos, alrededor de otras estrellas, esa vida no se parecerá nada a la terrestre. Y si existe vida inteligente fuera de la Tierra, su aspecto físico no se parecerá nada al nuestro.

Por el contrario, Simon Conway Morris se fija sobre todo en el fenómeno de la convergencia evolutiva, que da lugar a que seres vivos cuya estirpe es muy diferente se parezcan mucho entre sí [1], para afirmar que, si se repitiera la evolución, los resultados se parecerían mucho a los que tenemos a nuestro alrededor, y por tanto, que la vida en otros mundos probablemente daría lugar a seres muy parecidos a los terrestres, incluyendo, por supuesto, a hipotéticos seres inteligentes, que seguramente se parecerían mucho a nosotros.

Curiosamente, en 1989, el mismo año en que Gould publicó su libro, Ingrid Inickelgren, en un artículo de divulgación publicado en Science News, titulado Los Bioingenieros ven la física como una palanca que actúa sobre la evolución, definió el problema de una forma bastante razonable con estas palabras:

Cuando se observa el mundo natural en forma de moléculas individuales, especialmente los genes, la variación biológica parece ilimitada. Pero si observamos cómo se pliegan las hojas o cómo caminan los animales, se contonean o se cuelgan de los árboles, compartiendo las mismas técnicas para enfrentarse con el mundo físico, se observa que, si bien abundan los organismos redondos y cilíndricos, casi no hay organismos cuadrados, ningún esqueleto de organismo está hecho de metal y muy pocos utilizan algún tipo de rueda para transportarse. ¿Por qué no? Elemental, querido Watson: por la física.

Donde da la razón a Conway Morris, afirmando que la razón por la que la forma de los seres vivos tiende a converger es el conjunto de restricciones que impone la física. Y para apoyar esta idea cita al biólogo estadounidense Steven Vogel, que dice: Todo organismo tiene que preocuparse por la mecánica, por muy buena que sea su capacidad de reproducirse. O sea, que está muy bien hablar del azar en la evolución, pero ese azar está restringido por la selección natural, que jamás permitirá que los seres vivos adopten formas incompatibles con las restricciones físicas.

Simon Conway Morris


En este contexto, vendrá bien citar algunas frases del capítulo 4 del libro de Conway Morris
Las runas de la evolución (The Runes of Evolution, 2015), que precisamente se titula La inevitabilidad de la forma:

Cuando se considera la funcionalidad de las soluciones biológicas o los caminos que se siguen, las opciones son limitadas, si no inevitables… en cualquier nivel de la biología que se considere habrá lugares de estabilidad biológica persistente que actuarán como atractores irresistibles… Sí, la evolución es divergente, pero en cada uno de sus pasos vendrá acompañada por la convergencia.

Como pasa siempre con la evolución convergente, lo que importa no es cómo se llegó allí, sino cómo funciona.

La convergencia abre nuevas formas de ver la evolución, nuevas posibilidades que pueden trascender la aridez triunfal oximorónica de los ultra-darwinistas, que siguen regocijándose, tanto en la absoluta falta de sentido del universo, como en nuestra absoluta insignificancia cósmica, cuya perversa magnificación les produce un placer especial, si no jubiloso.

Existen numerosos ejemplos de convergencia evolutiva, como también los hay de diversificación y ramificación evolutivas. Ambas partes del debate tienen argumentos, y la cuestión es dónde enfoca cada uno la atención. Pero las conclusiones que saca cada uno respecto a la vida en otros mundos no van a poder ser contrastadas pronto, porque viajar a otras estrellas, o incluso enviar cápsulas automáticas para que nos manden fotografías, está tan lejos, que estoy convencido de que ninguno de los seres humanos actualmente presentes en la Tierra va a poder ser testigo de ello.

[1] Véase Evolución convergente en la Wikipedia.

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Manuel Alfonseca

Dedicado a Manuel Márquez, que me sugirió este artículo

1 comentario:

  1. No solo la física. La evolución convergente también está condicionada por la química. El caso más espectacular es el de los venenos, de los que aparecen decenas de casos convergentes en especies de todo tipo (Suranse, Vivek & Srikanthan, Achyuthan & Sunagar, Kartik. (2018). Animal Venoms: Origin, Diversity and Evolution. 10.1002/9780470015902.a0000939.pub2. )
    Parece que, efectivamente, las soluciones son únicas.

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