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El interés por el mundo que le rodea,
la curiosidad por averiguar las causas de los fenómenos naturales, son tan antiguos
como el hombre, pero en sentido estricto no se puede hablar de ciencia hasta la invención de la escritura, pues
los conocimientos que se comunicaban por transmisión oral eran desorganizados, imprecisos
y fragmentarios. Para que aparezca la ciencia, el bagaje de conocimientos debe constituir
un todo coherente y ordenado, lo que era prácticamente imposible antes de que se
pudieran utilizar medios de almacenamiento de información más permanentes que la
memoria humana.
En cuanto aparecieron sistemas de escritura en Oriente Medio, la India, China y América, comenzaron a desarrollarse las ciencias. Las tres primeras fueron la medicina, las matemáticas y la astrología. Surgieron por razones prácticas: para curar enfermedades; para el buen manejo de la economía y la agrimensura; para predecir fenómenos naturales relacionados con el ciclo de las estaciones. Las ciencias de la naturaleza (física, química, biología y geología) fueron menos necesarias para las primeras sociedades humanas, por lo que no surgieron hasta la civilización griega.
Durante siglos, las ciencias tuvieron
carácter esotérico. Su conocimiento era patrimonio de algunos, que con el secreto
buscaban aumentar su prestigio. Así, el juramento pitagórico prohibía
a los miembros de esta escuela divulgar la existencia de los números irracionales.
Otro de esos casos fue la alquimia,
la química primitiva, que se desarrolló bastante en la civilización islámica y durante
la Edad Media occidental: sus adeptos debían someterse a muchos años de trabajo
y ascesis antes de poder descifrar los textos de la materia con ayuda de un maestro.
Durante los primeros cinco mil años
de la historia, la divulgación científica apenas existió. Había razones para ello.
Los libros eran escasos y caros. La mayor parte de la población era analfabeta.
No era fácil poner los conocimientos científicos al alcance de todos. Con la invención
de la imprenta, la situación cambió. Por fin pudo acometerse la empresa
de enseñar a leer y escribir a todo el mundo. El proceso fue lento, duró siglos,
pero a mediados del XIX estaba lo bastante avanzado como para que aparecieran los
primeros intentos serios de divulgación científica.
En Estados Unidos la divulgación científica
alcanzó la máxima expansión e importancia. En 1845, Rufus Porter, inventor de Nueva
Inglaterra, fundó la revista Scientific American,
dedicada al principio a describir los últimos inventos y descubrimientos técnicos,
pero que en 1850 se había diversificado hacia otras ciencias y alcanzaba una tirada
de 30.000 ejemplares. Durante mucho tiempo, Scientific
American ha sido la revista de divulgación científica de más prestigio
y ha sido traducida a otros idiomas.
La divulgación de la astronomía
fue importante desde el principio, del mismo modo que cinco mil años antes estaba
en la lista de las primeras ciencias. Es fácil comprender por qué: los aficionados
a esta ciencia sólo necesitan paciencia y un telescopio. El número de astros es
tan grande y el campo de estudio tan vasto, que una persona sin formación especial
puede inscribir su nombre en los anales de la astronomía como descubridor de un
cometa o de un asteroide. Aun hoy, cuando proliferan los telescopios gigantes y
espaciales, la contribución de los aficionados no es desdeñable. Entre los divulgadores
europeos de la astronomía a finales del siglo XIX y principios del XX se puede mencionar
al francés Camille Flammarion y al barcelonés José Comas y Solá,
fundador de la sociedad astronómica de España y América. Ambos publicaron muchos
libros y artículos periodísticos.
Isaac Asimov |
Simultáneamente, en el siglo XIX y
a principios del XX, proliferó un nuevo género literario, la novela de ciencia-ficción.
Sus mejores publicaciones periódicas, como Galaxy
o The magazine of Fantasy and Science Fiction,
reconocieron que el interés de sus lectores por la ciencia-ficción se debía a la
curiosidad que despierta la ciencia. A partir de 1950, estas revistas incluían artículos
de divulgación firmados por nombres que pronto alcanzarían prestigio mundial en
este campo, como Willy Ley, Arthur C. Clarke e Isaac
Asimov.
A medida que avanzaba el siglo XX,
el interés por la divulgación científica aumentó. Proliferaron revistas especializadas,
y muchos medios de comunicación de masas dedicaron a estos temas una sección permanente.
Los programas de divulgación alcanzaron en televisión altas cotas de audiencia.
Entre las series más populares podemos citar Cosmos,
del astrónomo norteamericano Carl Sagan, así como las numerosas películas
y series dedicadas al mundo submarino realizadas por el francés Jacques-Yves
Cousteau, inventor de la escafandra autónoma y de la televisión submarina,
y director durante muchos años del Museo Oceanográfico de Mónaco.
En España se puede considerar pioneros a Manuel Calvo Hernando, autor
de muchos artículos periodísticos, y a Luis Miravitlles en Televisión
Española. Resalta también la labor de Félix Rodríguez de la Fuente,
que filmó varias series de televisión de gran éxito sobre la vida de los animales.
Se puede afirmar que la década de
1970 fue el punto culminante de la divulgación científica a gran escala. ¿Qué ha
pasado desde entonces? Hablaremos de ello en el próximo artículo.
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Manuel Alfonseca
Por mi parte, me siento un tanto desafortunado de haberme perdido la época de plenitud de la divulgación científica (por poco, ya que nací en 1982).
ResponderEliminarDesde entonces, al menos tú has seguido practicando esta disciplina, nadando "a contracorriente".
Si bien, hoy tenemos a nuestra disposición gran cantidad de contenidos de divulgación científica muchos de ellos creados en la época que indicas, es completamente cierto que no es tan habitual encontrar contenidos recientes que sigan esta línea.
Siempre he visto con cierta nostalgia la década de 1980, en la que todavía se respiraba ese espíritu, con revistas que tenían un gran impacto entre los jóvenes, como "Muy interesante", que si bien, se siguen editando en la actualidad, ya tienen mucha menor acogida, y según percibo, creo que han perdido bastante calidad.
Espero tu siguiente artículo sobre este tema con gran interés, Manuel. Un abrazo.