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El hombre siempre ha deseado
poder volar. Ver cómo lo hacen las aves y no poder hacerlo le ha obsesionado,
hasta el punto de provocar no pocos accidentes. Es un ansia que ya conocen los
niños muy pequeños. Sirvan de prueba algunos percances que provocó a finales de
los años setenta la visión de la película Superman.
A finales del siglo XIX se conocían dos interacciones fundamentales: la electromagnética y la gravitatoria. En un respecto, las dos son muy diferentes. Los cuerpos cargados de electricidad pueden tener carga positiva o negativa. Una carga positiva y una negativa se atraen; dos positivas o dos negativas se repelen. De igual manera, los cuerpos magnéticos presentan dos extremos con magnetismo de tipo diferente, norte y sur. Si acercamos dos imanes, el extremo norte de uno y el extremo sur del otro se atraen; los extremos del mismo tipo se repelen.
En cambio, la gravitación sólo da
lugar a atracciones, no a repulsiones. En condiciones normales, dos cuerpos con
masa siempre se atraen, nunca se repelen. Sin embargo, desde otro punto de
vista, la gravedad es una fuerza muy parecida a la atracción electromagnética,
pues ambas disminuyen en razón inversa al cuadrado de la distancia que separa a
los cuerpos que se atraen. ¿No debería haber también una gravedad
negativa, una antigravedad, una repulsión
gravitatoria, o como queramos llamarla?
Como dice un glosario de
ciencia-ficción, para el término antigravedad, las aplicaciones de tal tecnología son obvias y estimulan
la imaginación… Sería posible fabricar aeronaves más seguras o sustituirlas con
vehículos dotados de algún tipo de propulsión antigravitatoria; si el
dispositivo pudiese miniaturizarse, sería posible trabajar en un andamio sin
necesidad de cables de seguridad, o volar como los pájaros.
A finales del siglo XIX, la idea
de que la ciencia no tardaría en descubrir la antigravedad, lo que haría
posible que la tecnología desarrollara formas de aprovecharla, fue acogida con
alegría por los escritores de ciencia-ficción, un género literario que estaba
entonces en sus comienzos. Estas son tres de las obras de esa época que he
leído, y que utilizaban esta idea:
- Un descubrimiento prodigioso, publicada en 1867 y atribuida erróneamente a Julio Verne durante un
siglo, pues su autor parece haber sido François Armand Audoin. El
protagonista utiliza la antigravedad para volar y para levantar vehículos
aéreos. La justifica de este modo: ¿La
gravitación no tenía su contrario? Debía tenerlo. El doble fenómeno de
atracción y repulsión se observa en las combinaciones químicas y en la
composición de los cuerpos. Se sospechaba confusamente que había alguna
relación entre la electricidad y la imantación, pero nadie sabía darse
exacta cuenta de la identidad de aquellos fenómenos, de que la chispa
eléctrica, el magnetismo, el galvanismo, la imantación, la gravitación y
las afinidades químicas no son más que manifestaciones diversas… La
gravitación no es más que uno de los modos de manifestación de la
electricidad.
- A tale of negative gravity (Un relato sobre gravedad negativa, del novelista
estadounidense Frank Stockton, más famoso por su cuento ¿La dama o el tigre?). En este cuento, un
investigador estadounidense descubre la antigravedad y la utiliza para
transportar cargas pesadas y escalar montañas sin esfuerzo. Como todo el
mundo le toma por loco, decide ocultar su descubrimiento, aunque deja una
descripción del procedimiento en una carta que será entregada a su hijo
después de su muerte. Al final, envía su aparato a la estratosfera ajustando
al máximo la intensidad antigravitatoria, pero eliminando la carga. Este
detalle del cuento es erróneo. Al ascender, la influencia de la gravedad
terrestre disminuye, por lo que el aparato no debería detenerse en la
estratosfera, sino abandonar la Tierra y desaparecer en las profundidades
del espacio.
- Los primeros hombres en la luna de H.G. Wells. Al revés que Cyrano de Bergerac, que envía a sus
protagonistas a la luna en una barquilla propulsada por cohetes, Wells les
provee de una sustancia (la cavorita) que apantalla el
efecto de la gravedad. Por lo tanto, bastaría con colocar una placa de
cavorita debajo de un vehículo para que este, ajeno a la atracción de la
Tierra, fuera capaz de elevarse sin apenas esfuerzo. De ese modo, llegan a
la luna. No se trata, por lo tanto, de repulsión gravitatoria, pero el
resultado tecnológico viene a ser equivalente.
A lo largo del siglo XX, con el
auge de la ciencia-ficción, la antigravedad se convirtió en uno de los temas
clásicos, practicado por varios de los autores más conocidos, como Isaac Asimov
y Arthur C. Clarke. La ciencia, en cambio, siguió por otros derroteros. La
teoría de la Relatividad General de Einstein, por ejemplo,
ofreció una nueva interpretación de la gravedad que, en lugar de ser una
fuerza, sería una modificación de la geometría del espacio-tiempo alrededor de las
masas. Y como no existen masas negativas, no habría, por consiguiente,
antigravedad.
A finales del siglo XX, con la
propuesta por el modelo cosmológico estándar de la posible existencia de la energía oscura, la antigravedad ha vuelto a
asomar en el campo de la ciencia. La energía oscura parece oponerse a la
atracción gravitatoria, provocando la aceleración de la expansión del universo
que han detectado nuestros instrumentos. Si pudiéramos domeñarla y utilizarla
en dispositivos tecnológicos adecuados, los sueños de la ciencia-ficción
podrían realizarse. Pero antes habría que averiguar qué es la energía oscura y confirmar
que realmente existe. Y aunque existiera, puede que sea imposible tecnificarla.
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Manuel Alfonseca
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