William Shakespeare |
El cientificismo es la teoría
filosófica que afirma que la ciencia es la única fuente válida del
conocimiento humano. Tomada al pie de la letra, esta afirmación a veces
lleva al absurdo. El caso que voy a describir podría ser un ejemplo de
cientificismo. Lo he sacado de un artículo reciente de Joseph Pearce titulado Shakespeare
and Science (Shakespeare y la ciencia).
Kathryn Harkup, doctora británica en ciencias químicas y divulgadora científica, ha publicado varios libros analizando diversas obras literarias desde el punto de vista de la ciencia. Ignoro si Harkup es cientificista, pero su énfasis en la ciencia me hace pensar que podría serlo. Recientemente ha publicado un libro titulado Death by Shakespeare (La muerte según Shakespeare) en el que critica la forma en que Shakespeare presenta la muerte en sus obras, basándose en lo que, según ella, la ciencia moderna sabe de la muerte. Pearce destaca dos casos, que muestran algunas conclusiones absurdas a las que puede llevar basarse únicamente en la ciencia.
Escena de Hamlet (Delacroix) |
- Harkup señala que en Hamlet,
que muchos consideran la obra cumbre de Shakespeare, se afirma que el
padre de Hamlet, rey de Dinamarca, fue asesinado por su hermano, que
quería suplantarle, por el procedimiento de insertarle veneno en el oído.
Harkup sostiene que Shakespeare sabía poco de venenos, porque esa forma de
asesinar es poco eficaz, pues el oído externo tiene pocos vasos sanguíneos
y el veneno no habría sido bien absorbido.
Pearce señala que Harkup no ha entendido nada. Es
probable que Shakespeare, como cualquier persona de su tiempo, fuese consciente
de que esa forma de administrar veneno no asegura la muerte rápida del
envenenado. Pero que la utilizó, porque el tema fundamental de Hamlet es el envenenamiento del oído de los
personajes mediante mentiras y engaños, lo que se convierte en la causa de
muchas de las muertes que tienen lugar en la obra.
Harkup señala que, en Antonio y Cleopatra, la reina de Egipto se suicida haciéndose morder por un áspid (probablemente una cobra egipcia). El personaje de Cleopatra en la obra de Shakespeare afirma que la mordedura de un áspid mata sin dolor. Harkup explica que eso no es cierto. La mordedura de una cobra provoca una muerte lenta y dolorosa. Cleopatra no habría conseguido su objetivo.Muerte de Cleopatra
(Reginald Arthur)
Pero Shakespeare no inventó esa forma de suicidio de la
reina, que se remonta al tiempo del Imperio Romano, aunque algunos
historiadores no están de acuerdo en que Cleopatra muriera de esa forma. Pearce
explica que Shakespeare infundió un sentido diferente al áspid, que representa
la serpiente que tentó a Eva en el relato del Génesis. Probablemente, en su
época, los espectadores habrían notado este simbolismo, que a Harkup se le
escapa. Pero por si acaso, para que quede aún más claro, Shakespeare hace que uno
de los personajes (un guardia del séquito de Octavio) se fije en que estas hojas de higuera tienen una baba como la que dejan
los áspides en las cuevas del Nilo. Las hojas de higuera, por
supuesto, apuntan de nuevo al relato del Génesis. Y la cuestión de si la
mordedura duele o no, es irrelevante.
En resumen: Harkup no se ha dado cuenta del significado de la obra de
Shakespeare. Al empeñarse en analizar su obra desde el punto de
vista científico, demuestra que no ha entendido la obra del bardo de Avon.
Por un lado, las aclaraciones que, según ella, hace la ciencia moderna respecto a la muerte seguramente se conocían en la época de Shakespeare, y no son, ni mucho menos, descubrimientos realizados en nuestros días. Por otro lado, se le escapan el simbolismo de sus obras, las referencias al libro del Génesis, el significado apenas oculto bajo representaciones transparentes para sus contemporáneos. Se olvida de que Shakespeare no escribió libros científicos, sino obras de teatro, cuyo objetivo era distraer a los espectadores, y de paso enseñarles algunas verdades permanentes que los cientificistas no suelen conocer, porque su ideología les vuelve ciegos ante ellas. Y lo peor es que, quienes actúan así, ni siquiera se dan cuenta de que hacen el ridículo.
Es como si critcáramos a Picasso porque no le pintó el bigote a una de las señoritas de Avignon
ResponderEliminarHay un síndrome que explica este comportamiento: Dunning-Kruger, esta señora parece ser un caso paradigmático.
ResponderEliminarNo tenemos suficiente información para afirmarlo :-) Yo sólo he leído un artículo sobre su libro.
EliminarEn rigor, es así estimado Manuel, pero corren tiempos de síntesis y juicios sumarísimos. Por cierto, ¿tiene usted algo escrito sobre el síndrome Dunning-Kruger? Es tan interesante, y da respuesta a tantas calamidades.
EliminarSí, en este blog: El efecto Dunning-Kruger
EliminarBravo, don Manuel, un placer siempre volver a su blog. Un abrazo.
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