La composición química de la vida en otros mundos

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¿Es una casualidad que la vida terrestre esté basada en el carbono, o bien es éste el único elemento capaz de servir de base a la vida? ¿Podría existir, en algún lugar del Universo, un tipo de vida diferente del nuestro, cuya composición química no esté basada en el carbono? ¿Sobre qué átomo o grupo de átomos podría construirse, en teoría, una química de complicación comparable a la química orgánica?

En la Tierra hay 91 elementos químicos diferentes. Otros han sido generados artificialmente en el laboratorio, y se sospecha que pueden producirse en pequeñas cantidades en el interior de una estrella gigante que se transforma en supernova, pero su vida tiene corta duración, pues son muy radiactivos y se desintegran rápidamente, transformándose en elementos más estables. Por tanto, la búsqueda se puede reducir a los 91 elementos naturales. Seleccionaremos entre éstos los que cumplan las dos condiciones siguientes, imprescindibles para poder ser la base química de la vida: 

  1. Que sean capaces de establecer más de dos enlaces covalentes con otros átomos
  2. Que sean estables. Es decir, que tengan al menos un isótopo no radiactivo. 

Indicios científicos y racionales sobre la existencia de Dios

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En el artículo anterior mencioné que la ciencia no proporciona pruebas de la existencia de Dios, pero sí indicios. En un libro mío que se publicó en 2013 con el título ¿Es compatible Dios con la ciencia? Evolución y Cosmología presenté una lista de indicios. Aquí voy a resumir algunos de ellos. Los tres primeros son científicos, los demás no.

  1. El universo es un objeto físico. Durante el siglo XIX, algunos filósofos ateos negaron que el universo sea un concepto aplicable a un objeto concreto que existe fuera de nuestra mente. Usualmente se define el universo como el conjunto de todo lo que existe. Según esos filósofos, tal conjunto no existe, pues el concepto de universo es una pura elucubración de la mente humana, que no se corresponde con ningún objeto físico. Por lo tanto, no sería necesario buscarle origen (causa) fuera de nuestra mente. Este argumento cayó por tierra en el siglo XX: la teoría de la relatividad general de Einstein lleva a una ecuación cosmológica que se aplica al universo, lo que implica que el cosmos tiene existencia real, que es un objeto físico.

¿Pruebas científicas de la existencia de Dios?

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Dos ingenieros franceses, Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, han publicado un best-seller titulado en su traducción española Dios - La ciencia - Las pruebas: El albor de una revolución, en el que afirman que la ciencia ha demostrado la existencia de Dios. El libro es interesante, porque contiene numerosas anécdotas y citas de científicos, y algunos datos poco conocidos. No obstante, no estoy de acuerdo con su enfoque, que queda claro ya desde el título del libro.

¿Se puede demostrar mediante la ciencia la existencia de Dios? Como he dicho en este blog más de una vez, la respuesta a esta pregunta tiene que ser negativa. El objeto de la ciencia es el estudio del mundo material. Pero Dios no está en el mundo material, no es parte de él. Por lo tanto, no puede ser objeto de estudio por la ciencia. Esto significa que la ciencia jamás conseguirá demostrar la existencia de Dios, como tampoco conseguirá demostrar su inexistencia.

Como expliqué en otro artículo, el Papa Pío XII quizá se vio tentado a pensar que la ciencia había demostrado la creación, aunque se sospecha que Georges Lemaître, descubridor de la ley de Hubble-Lemaître y de la teoría del Big Bang, le disuadió de ello, porque el Papa, en un discurso posterior a la entrevista, dijo esto: la ciencia, aunque progresa a pasos agigantados, jamás estará en condiciones de responder a las preguntas finales, como la del origen de todas las cosas.

Cambios en el Paradigma Científico

Thomas Kuhn

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Como señaló Thomas Kuhn, de vez en cuando se producen cambios en el paradigma científico que provocan desviaciones bruscas en la dirección de la investigación. Estos cambios pueden ocurrir en cualquiera de las ciencias. Veamos algunos ejemplos históricos importantes:

La fiebre puerperal fue durante siglos la causa principal de muerte de las mujeres al dar a luz. En 1795, el obstetra escocés Alexander Gordon afirmó que la enfermedad la transmitían los médicos y las comadronas. En 1842 el médico inglés Thomas Watson, conocido por su descripción del pulso aórtico, recomendó que los médicos se lavaran las manos con lejía diluida antes de atender un parto. Y en 1847, el médico austriaco Ignaz Semmelweis aconsejó lo mismo, basándose en datos que demostraban que la incidencia de la fiebre puerperal era mayor en los hospitales que en los partos que tenían lugar en casa, y mayor entre las parturientas atendidas por médicos que por comadronas. Las propuestas de Semmelweis fueron rechazadas violentamente por los médicos contemporáneos, que se sintieron ultrajados por la idea de que se les acusara de ser culpables de las infecciones por no lavarse las manos, hasta el punto de que Semmelweis fue ingresado en un manicomio en el que sólo sobrevivió dos semanas. Se cree que su muerte fue consecuencia de una paliza propinada por los guardias del manicomio, cuando Semmelweis, que tenía 47 años, trató de escapar. Sus propuestas fueron confirmadas por el descubrimiento de la teoría germinal de las enfermedades infecciosas, realizado por Louis Pasteur, según la cual las enfermedades son causadas por microorganismos, y no por miasmas transmitidos por el aire, como antes se creía, lo que provocó un cambio brusco en el paradigma científico aplicado a la medicina.