Éxitos y fracasos de la conservación biológica y ambiental

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Usualmente, cuando los medios hablan de la conservación ambiental y de las especies en peligro, las noticias que dan suelen ser casi siempre negativas: todo va muy mal; cada vez hay más especies en riesgo de extinción; las actividades humanas corrompen el medio ambiente; nuestro planeta está en peligro de convertirse en un erial incompatible con la vida… En realidad, al decir la frase resaltada, estamos utilizando el tropo llamado sinécdoque, en la versión que consiste en nombrar el todo por la parte, pues no es el planeta el que está en peligro, sino nosotros, los seres humanos, junto con otros muchos seres vivos.

Acabo de leer un libro publicado en 2012, escrito por Andrew Balmford y titulado Wild hope: on the front lines of conservation success, que intenta poner énfasis en todo lo contrario: no todas las noticias son negativas; últimamente se están produciendo algunos éxitos en la conservación de especies animales en peligro de extinción, o de entornos amenazados por la voracidad humana. El análisis que realiza de estos casos señala deficiencias en los procesos de conservación ambiental dirigidos por los políticos, que a veces consiguen exactamente lo contrario de lo que se proponían, como indiqué en este blog en un artículo publicado hace casi seis años, titulado La ignorancia ecológica de los ecologistas.

Veamos algunos de los casos estudiados por Balmford:

  • Leuconotopicus borealis
    especie amenazada
    En los Estados Unidos, un gobierno bien intencionado, pero incompetente, promulgó el U.S. Endangered Species Act, una normativa que en teoría quería salvaguardar a las especies de animales en peligro de extinción, pero que en realidad conseguía el efecto opuesto. La norma especificaba que debía tomarse nota del número de individuos de cada especie protegida en cualquier terreno en manos de personas privadas, y que los propietarios se hacían responsables de mantener dicho número. En caso contrario, se expondrían a tener que pagar fuertes multas. Además, si ese número aumentara en el futuro, el número de individuos que tendrían que mantener bajo amenaza de multa aumentaría también.

El resultado fue que los propietarios en cuyos terrenos no existían especies protegidas luchaban con todas sus fuerzas para impedir que entraran, y los que ya las tenían, procuraban evitar que su número aumentara. El problema se resolvió añadiendo una cláusula (Safe Harbor) según la cual los propietarios que se adscribieran al proyecto comunitario conocido con ese nombre sólo serían responsables del número inicial de individuos de especies protegidas, pero no de los posibles aumentos futuros. Así se eliminó la desincentivación de las conductas que conducirían al éxito del objetivo que se deseaba alcanzar: el aumento del número de individuos de las especies protegidas.

  • Un caso paradigmático de protección ambiental lo ofreció en Australia la empresa Alcoa, un gigante multinacional especializado en la producción de aluminio, que decidió hacer más por la protección ambiental que lo que exigían las leyes y normativas australianas. La extracción minera de la bauxita se realizaba en canteras al aire libre que debían abrirse en terrenos ocupados por bosques australianos en los que vivían numerosas plantas y animales en peligro. Alcoa decidió que cada zona de bosque destruida por las operaciones mineras debía restaurarse exactamente igual como estaba al principio, una vez terminadas las operaciones de extracción. Para ello, la empresa organizó un depósito de semillas de todas y cada una de las especies existentes en cada parcela, con las que era posible restaurar la distribución de la vida vegetal. Un trabajo paralelo, más complejo, permitía restaurar también la población animal. Este esfuerzo le valió a la empresa el premio Geco de Oro y su inclusión en la Lista de Honor Ambiental de la ONU. Estos premios han aumentado enormemente el prestigio de la empresa, lo que ha movido a otras empresas a imitar su acción.
  • Los procedimientos de pesca se han vuelto abusivos en los últimos tiempos. Las redes de deriva, de hasta 20 km de longitud, están prohibidas por la ONU desde 1992, porque eran capaces de destruir ecosistemas marinos enteros. Las redes de cerco, circulares, de hasta un km de longitud y 200 m de profundidad, son capaces de rodear bancos de atunes o de caballas, y acaban con poblaciones enteras. Las redes de arrastre de fondo, del tamaño de un campo de fútbol, destruyen el fondo del mar y a todos los animales que viven en él. En muchas de estas operaciones, el número de muertes entre los animales no buscados supera al de las capturas deseadas, mientras regiones extensas son despobladas y luego resultan muy difíciles de recuperar.

Para luchar contra esta situación, que puede llevar en pocas décadas al fin de la pesca comercial por falta de presas, y a la desaparición del pescado de nuestros supermercados y pescaderías, ha surgido un consorcio internacional (Marine Stewardship Council, MSC) que proporciona certificados a las empresas pesqueras que utilizan artes de pesca no abusivas (como la pesca de atunes con caña) que aseguran la permanencia de un porcentaje alto de los animales, que les permita reproducirse y recuperarse. Estos certificados no sólo aseguran que los procedimientos de pesca son correctos y sostenibles, y que no producen daños colaterales en otras especies, sino que además garantizan la limpieza de la cadena alimenticia, asegurando que el pescado en cuestión no se ha mezclado con otras presas obtenidas de manera menos adecuada.

Los pescados provistos del certificado de la MSC (el sello azul, mostrado arriba) deberían ser preferidos por todos los consumidores, especialmente por aquellos a quienes nos preocupa la destrucción indiscriminada de los recursos de nuestro planeta.

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Manuel Alfonseca

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