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El 30 de octubre de 1988, el suplemento dominical de La
Vanguardia publicó un artículo mío en conmemoración del 90 aniversario de la
publicación como libro de la novela La Guerra de los Mundos de Herbert George Wells (se
publicó por entregas el año anterior). Por entonces se cumplía también medio
siglo de la adaptación de esa novela para la radio por Orson Welles, que
provocó pánico en una parte de los Estados Unidos, porque mucha gente no se
enteró de que aquello era la adaptación de una novela y creyó que los marcianos
estaban invadiendo la Tierra.
Ahora se cumplen 127 años de la publicación de la novela, quizá la más conocida de las obras de H.G. Wells. Una generación después de Julio Verne, Wells es el segundo de los grandes precursores de un género literario (la ciencia-ficción) que tuvo una expansión enorme en el siglo XX. Ante esta efeméride, me pregunto: ¿Por qué estas celebraciones siempre tienen lugar cuando el número de años transcurridos es múltiplo de 10 o de 25? ¿Por qué no puede celebrarse el 127 aniversario?
127 es un número bonito. Es primo, y es
igual a 27-1. Es, por lo tanto, el cuarto número primo de Mersenne, después
de 3, 7 y 31. En total sólo se conocen 52 números primos de Mersenne, por lo
que ser el cuarto de un conjunto de sólo 52, entre todos los números conocidos,
hace del 127 un número interesante. Por si a alguien le interesa, el número
primo de Mersenne número 52, el más grande que se conoce por ahora, es igual a
2136279841-1.
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| H.G. Wells |
Más aun que las novelas de Julio Verne, cuyas obras
son, ante todo, novelas de viajes y aventuras, muchas obras de Wells son pura
ciencia-ficción. Las más conocidas las publicó a finales del siglo XIX y principios
del XX y le dieron fama, aliviando la pobreza crónica que casi le llevó a la
tumba. La primera (1895) fue La máquina del tiempo, una de las primeras
incursiones de la ciencia-ficción en el subgénero de los viajes en el tiempo.
Aunque escribió ciencia-ficción durante muchos años,
sus obras más conocidas corresponden a los seis primeros años de su carrera
literaria. Además de la que acabo de mencionar, las más famosas son La
isla del Doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897), La
guerra de los mundos (1898) y Los primeros hombres en la luna (1901). Sus predicciones
científicas suelen estar bastante lejos de la técnica de su tiempo y muchas no
se han cumplido. Es verdad que hemos llegado a la luna, pero no hemos
encontrado allí las hormigas gigantes inteligentes que según Wells pueblan su
subsuelo.
Algunas de las predicciones de Wells fueron más
acertadas. Así, en La guerra en el aire (1908) describió los
bombardeos aéreos que se hicieron realidad en la guerra civil española y la
segunda guerra mundial. Y en 1913, en El mundo liberado, predijo la existencia de
reacciones en cadena que podrían utilizarse para construir bombas explosivas de
potencia desmesurada. Aunque Wells cometió un fallo, pues en 1913 predijo que
la Primera Guerra Mundial empezaría en 1956. Pero, como él mismo dijo al
respecto: Siempre he sido un profeta un
poco lento. Para más detalle, aquí está mi crítica de
este libro en Goodreads.
El mayor interés de H.G. Wells no era la
ciencia-ficción. Los elementos científicos de sus libros son un pretexto. Lo
que le interesa es el efecto de situaciones anormales imprevistas sobre los
seres humanos, individualmente o en sociedad. A medida que avanza la acción, sus
novelas tienden a convertirse en ensayos de sociología experimental. Con el
tiempo esta tendencia se incrementó, haciéndole escribir menos ciencia-ficción
y más novelas contemporáneas, en parte autobiográficas, en las que describe el
choque del individuo contra las normas impuestas por la sociedad.
Wells escribió también ensayos sobre la influencia
de la ciencia en la sociedad futura y el camino que él creía debería seguir la
evolución social. Entre ellos destacan La humanidad se está haciendo (1903), Una
utopía moderna (1905) y Esquema de la historia (1920), que movió a G.K.
Chesterton a responderle con su obra más famosa: The everlasting man (1925), cuyo título ha sido
mal traducido al español como El hombre eterno, que confunde la eternidad
con la perpetuidad, una
distinción que ya realizó Boecio hace un milenio y medio. El título
correcto sería El hombre perdurable.
La imagen del mundo que presenta Wells en sus ensayos
de divulgación se ha convertido en un mito: En el principio era el vacío y la materia inanimada.
Entonces, por una casualidad inconcebiblemente pequeña, surgió la vida en nuestro
planeta, entrando en acción la evolución biológica, que dio lugar a la
aparición de seres cada vez más complejos e inteligentes. Por fin surgió el
hombre, que está aprendiendo a dominar su entorno. En el futuro, la
continuación de esta evolución llevará hasta el superhombre. Pero entonces
entrarán en acción las fuerzas ciegas de la Naturaleza, a las que pertenece el
triunfo final. La segunda ley de la termodinámica llevará al cosmos al caos y a
la destrucción, acabando con esos semidioses que durante algún tiempo poseyeron
la Tierra. Este mito esconde algunos fallos, mezclados con elementos de verdad.
El argumento de La Guerra de los Mundos puede resumirse así: Desesperados
porque su mundo se está quedando sin agua y sin aire, los marcianos invaden la
Tierra. Su maquinaria de guerra se impone con facilidad. Cincuenta marcianos
son capaces de conquistar gran parte de Inglaterra con sólo tres bajas, pero
son derrotados por las bacterias terrestres de la putrefacción, contra las que
no poseen defensas. En esta, como en otras obras de ciencia-ficción, son nuestros
microbios los que afectan a los extraterrestres. Los terrestres parecen inmunes
a los microorganismos de otros planetas. Esta novela fue una de las primeras que
describió una invasión de la Tierra por extraterrestres.
El papel de la ciencia en la novela es secundario. A
Wells le interesa la descripción del derrumbamiento de una sociedad orgullosa
de sus éxitos en una situación angustiosa e irresistible. Es, por tanto,
ciencia-ficción sociológica. Hay que reconocer que Wells tiene razón. Vivimos
en situación precaria, como demostró el reciente apagón de la energía eléctrica
en España. A medida que pasa el tiempo dependemos más de los avances de la
técnica, por lo que la amenaza de colapso catastrófico crece, en vez de disminuir.
Hoy sabemos que no vendrán los marcianos a amenazarnos. En el sistema solar no hay vida inteligente fuera de la Tierra y es muy difícil que los habitantes de otras estrellas, si los hay, puedan cruzar el vacío inmenso que nos separa. Pero no nos confiemos: somos capaces de destruirnos, sin necesidad de que vengan los extraterrestres.
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Manuel Alfonseca



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